Opinión

Bienaventuranzas como proyecto de vida

Bienaventuranzas como proyecto de vida

Este domingo nos ponemos delante de un camino muy hermoso para el crecimiento en nuestra vida cristiana: las Bienaventuranzas. El papa Bendicto XVI las llegó a calificar co-mo “programa de vida cristiana”. Leemos en el Evangelio el primer gran discurso que el Señor dirige a la gente, sobre las colinas que rodean el Lago de Galilea. Jesús proclama “bi-enaventurados” a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los misericordiosos, a los que tie-nen hambre de justicia, a los limpios de corazón, a los perseguidos, etc. No se trata de una nueva ideología, sino de una enseñanza que procede de lo alto y que toca a la condición humana, que el Señor, al encarnarse, quiso asumir para salvarla. Por este motivo, el sermón de la montaña se dirige a todo el mundo, en el presente y en el futuro.

Las Bienaventuranzas son un programa de vida para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes presentes y futuros. Cuando Dios consuela, sacia el hambre de justicia, enjuga las lágrimas de los afligidos, significa que, ademas de recom-pensar a cada uno de manera sensible, abre el Reino de los Cielos. Las Bienaventuranzas reflejan la vida de Jesús que se deja perseguir, despreciar hasta la condena a muerte para dar a los hombres la salvación.

Un antiguo eremita afirma: “Las Bienaventuranzas son dones de Dios y tenemos que darle verdaderamente gracias por habérnoslas dado y por las recompensas que se derivan de ellas; es decir, el Reino de los Cielos en el siglo futuro, el consuelo aquí, la plenitud de todo bien y la misericordia de Dios…, cuando uno se ha convertido en imagen de Cristo sobre la tierra”. El Evangelio de las Bienaventuranzas se comenta con la historia misma de la Iglesia, la historia de la santidad cristiana, como escribe san Pablo: “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que va-le”. San Agustín nos recuerda que “lo que ayuda no es sufrir estos males, sino soportarlos por el nombre de Jesús, no sólo con espíritu sereno, sino incluso con alegría”.

En las Bienaventuranzas Jesús nos ofrece el camino de la salvación y del gozo en medio de un mundo herido por el dolor y el pecado de los hombres. Un camino inesperado y sor-prendente que rompe los esquemas de la persona humana en la búsqueda de la felicidad y de la paz. El hombre pobre, el que sufre, el que llora, el que padece persecución por la justi-cia es proclamado bienaventurado. El profeta Sofonías, profeta que canta “el día del Señor” con tonos dramáticos y apocalípticos, nos ofrece en la primera lectura una invitación apre-miante: “Busquen al Señor, tomen conciencia de su debilidad y su fragilidad, de su pobreza y busquen al Señor, cumplan sus mandatos”. Pablo también aborda el tema de la propia in-digencia, pero bajo otro punto de vista: “Consideren su llamada, comprenderán que es sólo gracia de Dios y que su mayor riqueza es el amor de Cristo”.
Este domingo, la liturgia nos pone de frente a una meditación muy profunda: descubrir en la propia fragilidad y debilidad humana, así como en los avatares, muchas veces tristes, de la vida el amor de Jesús que transforma toda esa realidad en camino de salvación, de felicidad y de paz. El cristiano que vive fielmente su vocación será siempre bienaventurado.

A lo largo de la vida el hombre debe tener claro su proyecto de vida y el sentido por el que va adelante, el sentido mismo de su propia existencia. Debe descubrir ese sentido en verda-des fundamentales que lo sostienen y le permiten permanecer en el bien moral cuando mu-chas esperanzas superficiales van desapareciendo. Esto se aplica no sólo a las personas de edad, en quienes el tiempo ha podido dejar algo de desilusión, sino también a muchos jóve-nes, cansados en la primavera misma de la vida, que han perdido la ilusión de vivir. Todos debemos aspirar a estas verdades fundamentales que dan esperanza a nuestro caminar. Se trata de encontrase nuevamente con la razón de la propia existencia, con el amor de Dios, el sentido de la propia dignidad como persona e Hijo de Dios, y de descubrir que yo tengo una misión en la vida y que mi paso por la tierra es temporal y muy breve.

Las bienaventuranzas nos invitan precisamente a revisar nuestra jerarquía de valores. Nos ayudan a comprender, a la luz de la eternidad, lo circunstancial de todo lo creado, lo cir-cunstancial de los bienes materiales, lo circunstancial e incongruencia de la búsqueda exclu-siva del placer y de la comodidad, e incluso lo circunstancial de los sufrimientos de esta vi-da. Busquemos al Señor, nos propone el profeta Sofonías. Buscarlo en nuestro acontecer personal, buscarlo en mis sufrimientos, en mis penas; buscarlo en mi trabajo, en mi familia, en la vida social y en la historia del mundo. Buscar al Señor significará, ciertamente, orar y hablar con Dios, pero no sólo eso. Buscar al Señor significará conformar mi conducta con sus mandatos, con sus leyes, porque Él es el Señor, “Busquen al Señor y revivirá vuestro corazón”, es nuestro mejor proyecto de vida.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.


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