Opinión

Cuando la crítica cultural en México se pagaba con la muerte

Cuando la crítica cultural en México se pagaba con la muerte

Hubo una época en México cuando la crítica cultural se pagaba con la muerte.

Ahora cualquier profesión puede costarnos la vida por culpa del crimen organizado, pero nos queda el recuerdo de varios críticos literarios obligados a protagonizar duelos mortales.

El más penoso fue el duelo que ganó Ireneo Paz, abuelo paterno de Octavio Paz, matando de un tiro perfecto en la frente al hermano de Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública de Porfirio Díaz.

Al gran poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón también le gustaban los duelos, pero tenía la poca gentileza de disparar antes de tiempo, con lo que madrugó a varios rivales suyos.

Sin embargo, el duelo más sonado del porfiriato fue el que protagonizó el crítico literario Manuel Puga y Acal.

La fama de don Manuel abarcaba todos los clubes literarios de México, burlándose de los poetas que no le gustaban.

A Juan de Dios Peza, autor del poema Reír llorando (¿se acuerdan de la estrofa “yo soy Garrick, cambiadme la receta”?) Puga le dijo que estéticamente era un bueno para nada.

Manuel Gutiérrez Nájera fue más inteligente que sus demás colegas poetas y limó cualquier hostilidad, dedicándole a su tocayo su famoso poema La Duquesa Job.

Pero un buen día, Puga y Acal se burló de la memoria de Miguel Miramón, el general conservador, fusilado junto con Maximiliano en el Cerro de las Campanas.

El hijo de Miramón lo retó a duelo, y por respeto a la edad de don Manuel, que ya era octogenario, le dio la opción de contender con pistola o con florete. Puga no sabía usar ni una cosa ni la otra, así que nomás por decir algo, optó por el florete.

El viejo crítico se fue al Jockey Club (donde ahora está el Sanborns de Los Azulejos en CDMX) a ejercitarse para su duelo, fumando puros y tomando coñac.

Como buen crítico literario, se creía superior a su joven oponente, al menos en conocimientos culturales (una superioridad intelectual muy poco ventajosa cuando protagonizas un duelo de espadas). Pero a pesar de eso, el mejor consejo previo al evento, se lo dio su gran amigo Manuel Gutiérrez Nájera: “mejor resígnate, tocayo, porque te van a matar”.

La tarde de la contienda, en el bosque de Chapultepec, don Manuel se creía elástico y flexible, aunque no podía hacer dos sentadillas seguidas sin cansarse. El joven Miramón, en cambio, estaba en plena forma física. Tomaron los floretes (Puga lo hizo con las dos manos para poder levantar la hoja), y se pusieron en guardia.

Un par de minutos después, el joven demostró sus destrezas de espadachín experto, tumbó a Puga y marcó su bajo vientre. Antes de hundir la estocada final, lo padrinos del duelo le dijeron que infringía las reglas, porque había intentado matar a su oponente, marcando su viente y luego queriendo hundir el florete. Así que se daba por cancelada la justa.

Manuel Puga y Acal se salvó por un pelito de una muerte segura pero no escarmentó. Siguió con su oficio de alta peligrosidad de criticar a escritores y poetas. Murió muy anciano, convencido de que el modernismo y las vanguardias habían podrido las letras mexicanas.

De cualquier forma, fue un periodista ejemplar, que casi pierde la vida por el mal hábito de criticar a los artistas y literatos mexicanos de su tiempo y repudiar a más de un héroe oscuro y a más de un escritor mediocre o con las musas de vacaciones.


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