Opinión

El grave defecto mexicano del ‘yo llegué primero’

El grave defecto mexicano del ‘yo llegué primero’

Los mexicanos tenemos un grave defecto: nos gusta ser los primeros en todo, pero sin el mínimo esfuerzo. “A mí se me ocurrió primero traer a Tesla”, dijo el presidente López Obrador, “y si no quiero, no se instala en Nuevo León”.

Pasa lo mismo en algunos medios: “yo saqué la nota primero que los demás”. ¿Y qué importa ser el primero en difundir una noticia si un minuto después cualquier nota importante ya corre como rayo en Twitter o Instagram?

Igual sucede con la moda: “yo fui el primero en comprar ese modelo de tenis, esa bolsa de marca, esa versión de iPhone”.

“Ser el primero”, aunque sean mentiras, no es un defecto exclusivamente mexicano. Por ejemplo, hace más de un siglo los alemanes inventaron la estufa moderna. La fabricaron de porcelana. Era práctica, sencilla y limpia. No ocupaba personal para alimentarla de leña cada cierto tiempo, ni humeaba la cocina de las casas.

Fue importada a Estados Unidos donde se cocinaba en estufa de leña, pero los norteamericanos le voltearon la cara: no quisieron usarla; decidieron seguir cocinando en sus humeantes y sucias estufas de leña. El escritor Mark Twain dio la explicación a semejante desprecio: a sus compatriotas no les gustaba la estufa de leña porque no la habían inventado ellos primero.

Así de simple. ¡Qué triste no ser los primeros!

Ahora bien, tampoco los norteamericanos han sido los primeros en montarse en su macho. Para necios, los mexicanos.

En los años 40 los norteamericanos inventaron la aspiradora. Fue importada a México, donde las amas de casa de clase media pasaban todo el santo día sacudiendo el polvo de sus domicilios. Sin embargo, los mexicanos le volteamos la cara; no quisimos usar la aspiradora.

Decidimos seguir limpiando los pisos, tapetes y alfombras con el mechudo o el cepillo.

La película Una familia de tantas (1948) dio la explicación a semejante desprecio: al padre de familia, representado por Fernando Soler, no le gustaba la aspiradora porque no la habíamos inventado nosotros primero (además de que David Silva se la quería vender a plazos, muy al estilo gringo).

Mark Twain explicó el hecho de no valorar las ideas o los inventos que no se nos ocurren a nosotros, sino a otros: “la especie humana es lenta en la adopción de ideas valiosas y a veces incluso se empeña en no adoptarlas jamás”.

El título de su ensayo es muy fregón: “Algunas idioteces nacionales”. Estamos más enamorados de nuestras ideas que de nuestras parejas.

Estamos más apegados a nuestras ocurrencias que a nuestros bienes materiales. Y lo peor es que, cuando ya adoptamos una idea ajena, lo hacemos con la típica frase “yo ya lo había pensado antes”.

Si este defecto mental de ser los primeros, aunque sean mentiras, lo pasamos a la política o a los negocios, se entiende porqué no avanzamos como país: cada presidente quiere partir de cero: ser el primero en todo.

Cada gerente de empresa desacredita a quien lo antecedió en el cargo.

Borrón y cuenta nueva: a mí se me ocurrió primero y yo llegué primero. Algo así como querer ganar la 21K Tarahumara, trepado en una Harley-Davidson. ¡Así qué chiste! 


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