Opinión

Escuchar la voz del Espíritu Santo

Escuchar la voz del Espíritu Santo

La libertad es una virtud y un valor importante en la vida de todo ser humano, más para un cristiano que se deje guiar por el Espíritu Santo. Este fin de semana nos centramos en valorar y dignificar cristianamente esta virtud, precisamente tomando conciencia de la importancia de escuchar en el interior esa voz que nos guía. Leemos en el libro del Sirácide la opción que tiene el pueblo del Israel, entre elegir los mandamientos de Dios o abandonarse a la cultura del mal, recurre a imágenes para mostrar la responsabilidad del hombre en su obrar: “Fuego y agua he puesto ante ti, alarga la mano a lo que quieras. Ante el hombre están vida y muerte; lo que él quiera se le dará”. Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a elegir una sabiduría superior: divina, misteriosa, escondida, que Dios nos ha revelado por medio de su Espíritu. Jesús en el Evangelio enfrenta la libertad con la elección de lo más propio y peculiar del cristianismo: “Han oído que se dijo...pero yo les digo...”, Jesús no viene a anular los mandamientos sino a darles plenitud.

La libertad cristiana inicia con la explicación de la libertad como capacidad de elección. Ser hombre es vivir optando, eligiendo entre una cosa u otra, entre un comportamiento u otro. Las pequeñas opciones de cada día se guían por la opción fundamental, esa opción que el libro del Sirácide nos presenta de modo claro mediante imágenes: Elige entre el fuego y el agua, la vida y la muerte, cumplir o no cumplir los mandamientos, gracia o pecado. Es decir, “elige entre el bien y el mal”. Este principio ético no es opcional, está inscrito en las leyes mismas del espíritu humano y por tanto no se puede renunciar a ello.

La libertad cristiana busca siempre lo mejor, no es una sabiduría de este mundo, sino una sabiduría que viene de Dios y que Dios nos ha revelado por medio de su Espíritu, porque donde está el Espíritu ahí está la verdadera libertad. Es la libertad de los hijos de Dios que no necesitan de otras leyes, para comportarse bien como hombres y como cristianos, que la ley del Espíritu.

La libertad en una sociedad pluralista requiere de gran discernimiento. Los fieles cristianos viven en el pluralismo religioso, político, cultural. Un pluralismo que afecta al mismo modo de ver el bien y el mal y, consiguientemente, a opciones diversas en campos importantes de la vida humana o de la sociedad. Para un cristiano ciertos actos voluntarios contra natura son siempre un mal, pero en la sociedad pluralista que vivimos hay quienes en algunos casos los consideran un bien. Este pluralismo no ha de debilitar nuestras convicciones, más bien las afianzará y nos llevará a dar razón de nuestra fe y de nuestra postura. Tampoco nos ha de llevar al fanatismo y a la intransigencia con quienes no comparten nuestra fe y nuestra moral. El respeto a las diferencias y el diálogo constructivo, y más que nada el testimonio de coherencia cristiana, debe ser el camino preferido por nuestra libertad.

El cristiano, cada cristiano, en el buen ejercicio de su libertad, actúa bajo la acción del Espíritu. El discernimiento por obra del Espíritu y la docilidad a este mismo Espíritu permiten al cristiano el uso más pleno de su libertad, el paso de lo bueno a lo mejor, de lo no exigido por la sociedad o por el ambiente en que se vive a lo exigido por la conciencia, de la simple ayuda a los demás a la generosidad sin medida. Entre más dócil sea cada cristiano a la acción del Espíritu Santo en su conciencia, más libre será en sus opciones fundamentales y en las decisiones “débiles”, pequeñas de todos los días.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.


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