Gentrificación a la vista
Gentrificación a la vista
No es ningún secreto guardado que el poder del dinero marca las tendencias de la moda y de los cambios urbanos desde hace siglos, y tampoco es información reservada que en el camino al desarrollo urbano, resultan daños e injusticias a familias enteras, por la transformación.
La representación de los cambios la hemos visto en películas en las que, en el afán de hacer un nuevo desarrollo urbano de viviendas, se desplaza a los que menos capacidad de compra (o renta) tienen, provocando una alteración que va, desde la molestia, hasta la enfermedad del afectado.
Gentrificación es el término que se le ha dado a los grandes procesos transformadores de barrios enteros que solían ser de obreros o comerciantes en pequeño y, aunque el término ni siquiera está aceptado por la Real Academia Española de la lengua, es el más frecuentemente usado para representar el fenómeno del desplazamiento de habitantes originales de clase social baja, que son reemplazados por aquellos que tienen mayor capacidad financiera y, muchas veces, menor edad.
Sin pensarlo, he repetido el término como algo “natural” en el devenir histórico de las grandes ciudades y algunos suburbios. Pasando por alto los múltiples factores que convergen en tal tendencia.
La llamada gentrificación, que podemos sustituirla por elitización para efectos del resultado final de los cambios que implica, tiene como ingredientes de cultivo la reducción en el número de habitantes por envejecimiento unos, por las condiciones ruinosas de las construcciones otros, porque se acaba la capacidad de sostener el pago de la renta que tiende al alza, o por todas las anteriores.
Para entenderlo mejor, quizá unos ejemplos servirán. El llamado Distrito Tec en los alrededores del Tecnológico de Monterrey se ha ido transformando de casas a multivivienda y comercios. En menor medida, pero con la misma tendencia, le siguen la colonia Obrera, la Industrial y, en los suburbios, la Estanzuela.
Mientras tanto, en Nueva York el barrio SoHo, igual que en la Ciudad de México las colonias Condesa y Roma, se volvieron un ícono del fenómeno.
Los tres ingredientes más sonados contribuyen de diferente manera, pero en el mismo sentido y resultado. Cuando la población envejece y los hijos se van a otros barrios, los habitantes originales pierden capacidad económica al dejar la vida productiva, dejando las casas en ausencia total de mantenimiento y su deterioro se acelera. Esto hace inviable que puedan reformar o renovar la propiedad.
¿Qué hacen entonces? Pues venden a precios muy bajos a quienes tienen mejor capacidad de compra y estos derriban la construcción por su gran deterioro, para luego construir algo más productivo en términos de rentabilidad. Llámese remodelación, subdivisión o nueva construcción, tiene la misma historia final.
En el caso de rentas antiguas, cuyos propietarios se tentaron el corazón por años, dejaron a los inquilinos vivir a un precio que un día era razonable, pero con los cambios del mercado, ven que los vecinos sacan más dinero y se sienten rezagados. Con este escenario, o porque los hijos demandan “aprovechar el patrimonio de la familia”, elevan significativamente el valor de la renta hasta triplicarlo o cuadruplicarlo, lo que obviamente, los inquilinos no pueden sostener.
Como agregado a la mezcla, los gobiernos municipales, encargados del desarrollo urbano, liberan o restringen las remodelaciones y cambios a las construcciones existentes, reduciendo el número de competidores con capacidad de hacer algo por las construcciones. Para el caso de la restricción, como pasa con las casas de valor histórico, les quitan la posibilidad de aprovechar la construcción vieja y “se deja caer” hasta que llega a ser inservible.
Cuando, por el contrario, de liberación se trata, el metro de terreno aprovechable significa que puedes erigir muchas viviendas y comercios en múltiples niveles, por lo que comprar una casa de buen tamaño de terreno de manera hostil se vuelve común.
¿A dónde se van los desplazados? ¿Cuántos de ellos alcanzan a comprar algo digno y en dónde?
Naturalmente se van a una zona más alejada que, por la misma razón, es más barata. Su entorno cambia de ser un centro urbano a ser un suburbio con distancias más largas que recorrer, con lo que pagan en transporte lo que dejaron de pagar en renta o en mensualidades bancarias, pero, sobre todo, pagan en calidad de vida.
¿Esto es culpa de los dueños? No los culpo por querer hacer de su propiedad algo más rentable. Después de todo es su patrimonio y tienen el derecho de hacer con él lo que mejor les convenga.
¿Es injusto? La injusticia ha sido inherente a las ciudades desde tiempos antiguos y no parece mejorar cuando analizamos los ingresos actuales de cada estrato social.
Para este y otros problemas de nuestros tiempos es que nacieron los subsidios, para evitar que la gran desigualdad social lance al infortunio a tantos que un día fueron los jefes de la familia y hoy son un dependiente más de la buena voluntad de los demás. Los gobiernos tienen la palabra.