La reforma a la legislación en telecomunicaciones se ha denominado ley CENSURA. Lo escribo con mayúsculas porque es tan peligrosa para las libertades de pensamiento y expresión como lo atípico que resulta colocar mayúsculas en un texto.
Es una aberración que pretende acallar a los diferentes; es el recurso de los autoritarios ante la incapacidad para sustentar sus ideas; es la aplicación de la política del garrote, esa donde “te aclimatas o te aclijodes”.
Con esta ley se otorgan dientes al Poder Ejecutivo para espiar, manipular y censurar a personas e instituciones, por el simple hecho de afirmar —desde el poder gubernamental— que quien disiente está mintiendo, falseando información, difamando o pretendiendo calumniar.
Con más de siete años de escuchar la inmaculada frase “yo tengo otros datos” y, bajo ese argumento, sin mayores pruebas, observar cómo el gobierno federal difama, acusa y hasta incita a la violencia contra periodistas y otras figuras públicas, resulta alarmante que quieran hacer ley aquello que hoy practican.
Quieren, desde el poder hegemónico, además de difamar o desacreditar, aplicar sanciones que van desde el cierre de una red social, la caída de una red opositora, la pérdida de concesiones a medios electrónicos y, por supuesto, las penas monetarias y hasta penales.
Vamos a la esencia de la censura: su propósito es callar a quien no se puede controlar. Algunos psicólogos pueden coincidir en que es un acto de violencia similar al aplicado en los hogares por machistas, quienes recurren a la violencia física contra pareja e hijos sólo porque no tienen capacidad de enfrentar pensamientos divergentes.
Hoy, nuestro poder federal se comporta como ese macho golpeador que, ante su incapacidad de controlar, convencer o encontrar consensos con los diferentes, recurre a la violencia; al golpe jurídico, al autoritarismo machista.
Según un comunicado del PRI, esta reforma es un atentado contra la libertad de expresión y la democracia digital. Les diría: a la democracia, a secas.
Partiendo de que es un atentado contra la democracia, expliquemos. La democracia representativa surgida en los siglos XVIII y XIX, es imperfecta, manipulable por populistas y aspirantes a dictadores; gracias a su sustento republicano, se blinda de estos personajes.
La separación de poderes, la acotación del poder en un tiempo determinado, la garantía de libertades, la búsqueda de la igualdad ante la ley, la vida pública basada en leyes justas y el respeto a la Constitución como reglamento para cohabitar en la vida pública y política, son la única forma de supervivencia para la maltrecha democracia en el mundo postmoderno.
Callar a una persona o institución en redes sociales, medios impresos o electrónicos es el primer paso para acabar con la libertad de pensamiento, esa libertad que nos faculta a coincidir o disentir con los gobiernos, la que nos permite agruparnos con quienes piensan igual a nosotros, la que permite que podamos opinar sobre la cosa pública sin miedo a la REPRESIÓN.
La ley CENSURA ES REPRESIVA. Es la violencia machista de los individuos aplicada desde el poder político.
Hoy son intolerantes a las discrepancias los mismos que ayer accedieron al poder con el aval de las libertades de pensamiento y expresión.
De seguir así, mañana sólo habrá bufones, corifeos, aduladores al servicio del poder en las redes, en la radio, en la televisión y en toda forma de comunicación masiva. En ese momento habrán fallecido las libertades y, con ellas, la democracia.
El problema de la represión es que siempre —pero siempre— termina en estallidos sociales. ¡México no merece eso! No cuando recién celebramos 200 años de constitucionalismo e independencia.
