¡Madres, las quiero felices!
¡Madres, las quiero felices!
Cuando llega la fecha en la que tradicionalmente festejamos a las madres; es decir, el 10 de mayo, vienen recuerdos de juventud donde a falta de dinero se ponía en práctica el talento colectivo y así con los amigos unos tocaban las guitarras, otros poníamos los carros y la desafinada voz juvenil, pero todos llegábamos a despertar a la autora de nuestros días acompañados de la raza, así que los acordes de mamita linda… y si los tres regalos, aprovechábamos para decirle a nuestra mamás y a las mamás de los amigos cuánto les queríamos y gracias por aguantarnos, en pachangas y otras actividades.
Con el recuerdo también se extrañan las serenatas de los jóvenes de hoy, por cierto; hace mucho que no escucho ninguna cerca de casa, es más fácil que ocurra una fiesta entre semana donde tengan trio regional o hasta banda, pero esas piezas románticas o los acordes de mariachi se extrañan.
Ahora los festejos han cambiado, pero la esencia debe ser la misma, aquella mujer que trae la vida desde la fecundación, que nos da hospedaje dentro de su ser, en ese maravilloso hecho del amor más la biología, que luego de nueve meses nos reciben en sus brazos, con una convalecencia de toda la vida. Hoy comparten los esfuerzos de educar a los hijos, con las faenas de la casa, además de compartir las responsabilidades de obtener recursos para la manutención y el desarrollo económico de las familias.
Con gran satisfacción recuerdo que mi madre por muchos años vendía calzado de dama y cada tarde-noche que llegaba a casa le ayudábamos a revisar el inventario y a preparar el surtido de modelos y números de las clientes que visitaría al día siguiente. De esa actividad me quedo eso de que veía el pie de una mujer y sabía de que talla calzaba, bueno ya se me olvidaron.
Ahora veo con preocupación que se ha perdido mucho el respeto a nuestras madres, y no me refiero a las mentadas que se da la gente día a día, comento que los mismos hijos han estado violentando de diversas maneras a sus propias madres, ya sea porque les restringe el uso del celular, o de las horas que pasan en los videojuegos o algunos otros en la calle, ya más grandecitos, que si porque fuman o usan otras sustancias bebidas o inhaladas, hasta robos de sus pesos para hacerse de sus vitaminas, esas raras que a veces dan risa o les da p’arriba o de plano el bajón como dicen los de las canciones esas raras sin melodía que son muy rítmicas.
Debemos cuidar la institución de la maternidad y de las jefecitas de familia forjadoras de hombres y mujeres de bien, así fuera con ayuda de métodos científicos o los convencionales como esas chanclas tan necesarias para mostrar el camino del bien y de la verdad. La autoridad de los matriarcados debe valorarse y respetarse, ahí la experiencia y la sabiduría para mantener de pie instituciones tan atacadas como la misma base de la sociedad; es decir, a la familia convencional o como le llamen ahora, pero esta institución esta cimentada en esas mujeres que sufren como ninguna y gozan como propios los éxitos y logros de sus hijos, por pequeñas e insignificantes que puedan ser.
Cada que hablo con mi madre Quetina me cuestiona si no la recuerdo y le digo con orgullo que no hay día en que no me la recuerden, un poco a juego y broma, otra parte en serio.
Dichosos todos los que aún podemos gozar la presencia de la autora de nuestros días, nuestro reconocimiento a las que nos han precedido en el viaje eterno pero que dejaron hijos bien formados dispuestos a contribuir con el desarrollo de la sociedad. Un abrazo fraterno y con cariño a aquellas mujeres que por alguna razón tienen hijos perdidos o desaparecidos, que esa angustia e incertidumbre de no saber de ellos alcance la satisfacción de que los vean de regreso en sus casas, no le hace que les tengan que dar sus chanclazos por andar causando angustia.
Que Dios bendiga a todas nuestras madrecitas y que nosotros sepamos retribuir por lo menos con mucho amor todo lo que nos dan de su vida.
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