Marcelo Ebrard ensombrerado en el Mercado Juárez
Marcelo Ebrard ensombrerado en el Mercado Juárez
Estábamos en el restaurante San Ángel Inn en la CDMX y Marcelo Ebrard en otra mesa de parejas. Era diciembre como este: un diciembre de lujo gélido y fugaz; single malt en las rocas.
Fue una de las pocas veces que hablé con ese hombre inteligente (brillante por encima de la media de la 4T porque invierte la célebre fórmula de AMLO, 10% inteligencia y 90% lealtad).
Todo el San Ángel Inn con el single malt en mano. Ebrard, muy inteligente y cordial y amable con la concurrencia, con saco informal azul marino, casi elegante, con notorio sobrepeso y con whisky en la mano, por supuesto. No se puede ser candidato a nada con sobrepeso. AMLO fue la excepción y no toma whisky sino de vez en vez un besito de tequila o sólo el besito y ya.
Clima abierto, casi fraternal. Le elogié a Marcelo su tesis sobre el corporativismo mexicano y me agradeció con espacios en blanco. O se olvida o se aburre, o no lo sé de cierto en este sitio de involuntarios “puntos de encuentro”.
“¿Tomas whisky?” Me preguntó como desviando el tema. Y yo: “No, tomo single malt que no es lo mismo”.
Tampoco Marcelo Ebrard en el Mercado Juárez es el mismo del San Ángel Inn. Allá, en aquellos años, no tenía un plan para resolver las broncas de Nuevo León y ahora en el Mercado Juárez tampoco. Dice que sí pero no es cierto.
Marcelo no es altanero porque la gente alta lleva implícita en su estatura la altanería. Y el sombrero vaquero que lleva calado tampoco le acentúa lo altanero porque no le queda. Marcelo no es de rancho, es muy urbano, muy aspirante a intelectual citadino que se quedó en la raya, porque agarró el metro de la política. Y los metros de la política suelen diseñarse mal.
Seguramente dirá Rafael Zarazua que él le regaló el sombrero a Ebrard, y que él le armó la gira por Monterrey, pero está de dudarse. Al menos yo no le creo. Le voy más a que fue Dionisio Herrera. Que nos lo diga Nicho. Y detrás de todos Andrés Mijes.
La única verdad en la gira por el Mercado Juárez me la dijo Benjamín Clariond poco después: “yo hice el Mercado Juárez cuando fui alcalde”.
Y no miente, aunque recordaré que gran parte del mérito fue de mi querido maestro César Lazo, que en el cielo esté porque sabía diseñar muy bien los planos ingenieriles, incluyendo los del Metro.
Ebrard, de cuya biografía no vale la pena contarles, porque es bien sabida, para bien o para mal, asume su altivez de político/intelectual que además es inteligente. Dice que tiene un plan para Nuevo León pero no enseña los planos ingenieriles como los hubiera mostrado César Lazo ni dice cómo enderezar tanta corrupción expuesta.
Cualquier despistado diría que Marcelo entró a la política como por casualidad y de nuevo miente: su temperamento, su estatura, su voz algo pastosa es de político nato. Aunque el sobrepeso, ya lo digo, le resta puntos como candidato.
Yo estoy a dieta y mi dietario se lo puedo regalar a Ebrard, para que luzca digamos que más estadista. Porque la gordura sienta mal al organismo y al subirse a los bochos eléctricos para Twitter: apenas cabe.
Me dice mi amiga diputada de MC: “¡hay no!, este Ebrard es muy de izquierda”. Y yo le digo: “Marcelo será todo lo que tú quieras menos de izquierda”. Ser de izquierda es una moda a la que el secretario de Relaciones Exteriores se montó como ahora los chavos se montan en los filtros de Instagram.
A Marcelo le sobran kilos, altura y el placer del single malt para ser hombre de izquierda. Por eso le rezuma el éxito profesional y no tiene ni un gramo de frustrado. Siempre digo yo que “frustrado es el que a los 50 años viaja en Metro”.
Marcelo es un político que va de intelectual porque en México todos los políticos de alto nivel y los intelectuales (si todavía existe alguno) toman whisky en las rocas en una mesa del San Ángel Inn. Ahí diseñan desde lejos los planes para Nuevo León que aún no existen y así se dará la vuelta Ebrard por todos los municipios del estado en 2023.
Da igual. Al fin y al cabo, haga lo que haga, quedará como candidato de Morena para CDMX. Lo suyo es puro aspiracionismo y por eso ni se topó en Monterrey a AMLO. Por cierto, el gran César Lazo calculaba los planos con un whisky en las rocas y los volvía obras de arte como el Mercado Juárez.