Opinión

Trump procesado: comparación histórica

Trump procesado: comparación histórica

Que Donald Trump sea procesado por un asunto irrelevante es lo de menos. Lo importantes es que no vuelva a ser presidente ni a ocupar nunca más la Casa Blanca.

Pondré un ejemplo histórico. En los años 30, Winston Churchill había pasado de ser el hazmerreír de los británicos a ser el político más impopular de su país. Su vida pública era una sucesión de fracasos. Sus advertencias y ataques verbales en contra del primer ministro de Alemania, en 1933, un tal Adolf Hitler, modelo de modernidad política, sonaban a necedad de viejo carcamán.

La mayoría de las clases media y altas británicas creían que no tenían porqué meterse en la política interna de Alemania (ya habían cargado de más la mano a aquel país tras su derrota en la Primera Guerra Mundial). ¿Que los alemanes entraban a un proteccionismo económico con fabricación sin precedente de armamento militar? No era asunto suyo. La Gran Bretaña tradicionalmente colonialista, respetaba ahora el nacionalismo de Hitler. Para ellos, los refunfuños de Churchill contra el Führer daban pena ajena. Lo bien visto en política internacional era el “apaciguamiento”.

Hitler trataba brutalmente a los judíos. Eran su enemigo débil a modo. Pero eso no le importaba a los británicos. No era su problema. Para 1937 ya ni su propio partido respetaba a Churchill: de hecho ahí tenía a sus principales enemigos. El nuevo primer ministro británico, Neville Chamberlain, firmó con Hitler el pacto de Múnich, en septiembre de 1938, como gesto de amistad, y cuando Churchill se opuso en el parlamento, recibió las peores rechiflas e insultos de su vida (ni siquiera tras su fracaso en los Dardanelos, en 1915, se habían ofendido tanto con él).

Apenas cinco meses después, Hitler incumplió el pacto de Múnich, invadió Praga, se anexionó lo que quedaba de Checoslovaquia y Chamberlain dijo rotundamente (según él): “toleremos esto, pero ni una invasión más”. Hitler se burló de él: invadió Polonia y estalló la guerra. Chamberlain no tuvo donde esconder la cara y su popularidad de desplomó. Churchill entró al gobierno del Reino Unido y después fue nombrado Primer Ministro. De haberlo escuchado antes, el mundo se hubiera ahorrado tanta sangre, sudor y lágrimas.


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