Sorprendente, inesperada, terrorífica para algunos, llena de oportunidades para otros, la nueva tendencia política que gana terreno en el mundo —y eso incluye a México— nos obliga a replantearnos todo lo que creíamos y considerábamos “correcto” y “civilizado”, para poder entender y funcionar ante todo lo que viene.
Hay claramente dos fenómenos dignos de estudiar:
Uno, la creciente aceptación de formas de política, y hasta regímenes, más autoritarios y cuasi-dictatoriales, que va de la mano del desgaste de los cánones pro-democráticos; o sea, el que la gente aplauda y vote cada vez más por quien impone estilos personales y se comporta de forma intolerante ante la crítica.
Y dos, la muy evidente transición del político mesurado, estudiado, experto y “políticamente correcto”, a las figuras frescas, a veces novatas en la política pero apasionadas, soñadoras, que hablan fuerte y mueven sentimientos antes que raciocinios.
La experta en comunicación política Anat Shenker-Osorio lo define como el cambio entre la política del “encuestismo” hacia la política del “magnetismo”.
Los políticos, en especial los demócratas en EUA, afirma Shenker-Osorio, se acostumbraron a ganar elecciones aplicando encuestas y herramientas científicas a todo (y a eso lo llama el “encuestismo”): buscaban “entender” a los votantes usando lupas y microscopios formales, imaginando que las formas de pensar son relativamente estáticas y siempre coinciden con los valores que la gente expresa cuando se le pregunta mediante encuestas y sondeos.
Pero la realidad es que, para los demócratas, esos métodos resultaron inútiles en las últimas elecciones, porque la tendencia dominante hoy es el “magnetismo”.
La autora llama “magnetismo” a la noción de que, “si quieres que la gente siga tu causa, debes ser atractivo”. Eso requiere tener una “causa” y contar con una “polaridad” que te distinga de tu oponente.
En el magnetismo, afirma, lo importante es establecer la conversación adecuada, en vez de reaccionar a las agendas impuestas por los opositores o dejarse llevar por las supuestas preferencias temáticas de las encuestas. Los votantes, más que nunca, confían en sus intuiciones y sus pensamientos son moldeados por amigos y familiares, frente a las tendencias dominantes en el entorno mediático que los rodea. Siguen a los mensajeros “confiables” y se dejan alimentar por sus opiniones. Más aún, en una época en que el algoritmo de las redes sociales te presenta progresivamente contenido del extremo al que asume perteneces.
Dice el periodista Michael Hirschorn, del New York Times, que tanto Donald Trump como Zohran Mamdani —el nuevo fenómeno demócrata-izquierdista de Nueva York— son “magnetistas”. Que el “trumpismo” es más que política: es “una explosión de gases emocionales”, de gente que se sentía ignorada, desatendida y obligada a aceptar ideologías ajenas. Mientras que el fenómeno Mamdani “es también una válvula de presión”, una ventanilla para lanzar un mensaje vehemente contra el movimiento “MAGA”, pero también contra el elitismo demócrata que se presentaba como ”representante del pueblo”, pero respondía a intereses particulares y discursos dominantes provenientes de oootra élite.
Hoy nos puede sorprender cómo a Trump le permiten sus atropellos a la libertad de expresión, a los valores que Estados Unidos siempre ha promovido y hasta a la gobernabilidad basada en contrapesos. Trump empuja a su país cada vez más hacia una autocracia, y a sus seguidores parece no importales, porque les pesa más lo que él representa y defiende.
Pero en México también hay mucho que sorprende, y hasta se le parece. Aunque el discurso de la 4T es contrario al de Trump, también hay polarización (en especial la hubo con AMLO; la hay menos con Sheinbaum), también hay emociones por encima de racionalizaciones y —esto es lo más importante— se avanza hacia un régimen de mayor estatismo y de “control absoluto”: dominancia en todos los poderes, el Ejecutivo, el Legislativo y ahora en el Judicial. Y hasta los gobernadores de la oposición se ”cuadran” con el régimen dominante.
¿Cómo explicar este boom mundial de los regímenes más autoritarios? ¿Cómo es que, desde el propio Estados Unidos, que ha representado el estandarte de la libertad y la democracia, se proyectan ahora políticas de corte dictatorial?
Hay quien piensa que es una tendencia que ahora apoyan los grandes y más más altos poderes fácticos: alguna vez impulsaron la democracia en el mundo occidental para evitar los cacicazgos locales y controlar el balance y el florecimiento de sus intereses mediante el conflicto entre opositores (pero en Oriente impulsaron regímenes estatistas-comunistas para combatir el rezago casi feudal e introducir la modernidad y la banca). Pero ahora que la modernidad está instalada en Occidente y Oriente, en la era digital y los algoritmos, les funcionan mejor regímenes más absolutistas y que tengan todo bajo control, a los cuales, a su vez, controlan mediante un mundo súper conectado de “Big Brother”. Al menos así lo creen los “conspiranoicos”. No andan tan perdidos, quizá.
