Opinión

Caminos alternos

Sección Editorial

  • Por: Javier Gutiérrez
  • 08 Enero 2024, 23:53

La vida nos saca de nuestro carril para llevarnos a lugares insospechados, si no sucumbimos al miedo podemos ver la luz al final del túnel.

Los seres humanos somos animales de costumbres, con la intención de sentir seguridad, ficticia por supuesto, vamos atrincherándonos en patrones de conducta y hábitos repetitivos hasta que caemos en una especie de noria de la que creemos que nunca saldremos hasta que la vida nos mete el pie.

Uno de los cuentos de la tradición zen que más me gusta se llama “La vaca” y dice así:

Un maestro zen caminaba con uno de sus discípulos por el campo y vieron a lo lejos una humilde cabaña, como al maestro le gustaba conocer a las personas que habitaban esa zona le comentó a su estudiante que irían a visitar a esa familia y así lo hicieron.

Entonces el maestro le preguntó al padre de familia cuál era su sustento, a lo que el padre le contestó, señalando hacia el corral.

“Nuestro único sustento es la vaca que está en el corral. La ordeñamos diariamente y nos da leche para beber y también hacemos algo de queso y mantequilla y los voy a vender a la carretera a los pocos automovilistas que pasan y así sobrevivimos”.

“Muy bien”, dijo el maestro y se dio media vuelta con su discípulo y se alejaron del lugar.

Después de que se habían alejado unos kilómetros de la casa el anciano maestro le dijo a su joven aprendiz.

“Hoy por la noche, sin que nadie te vea, irás a esa casa, robarás la vaca y se la darás a la primera persona que se la quiera llevar de la carretera”.

El joven le escuchó horrorizado, pero como siempre lo hacía, obedeció a su maestro y por la noche sigilosamente llegó hasta el corral, tomó la vaca y no pasó ni media hora cuando por la carretera pasó un hombre en una camioneta y contento acepto el regalo del monje.

Pasaron dos años y aquel joven monje no podía olvidar el acto tan ruin que había realizado y su culpa le llevó a tomar una decisión: Iría a confesarle a la familia lo que había hecho y se ofrecería de voluntario para ayudarles a salir adelante en lo que le pidieran.

A la mañana siguiente sin decir nada a su maestro, el joven monje abandonó el monasterio y se dirigió a la deteriorada cabaña, pero cuando se iba acercando vio a lo lejos cómo, donde estaba la cabaña, estaba ahora una hermosa casa grande y recién pintada, con dos coches a la puerta y afuera jugaban unos niños hermosos y limpios.

El joven monje se apresuró hasta llegar con el padre de aquella familia pensando que la pobre familia anterior había tenido que vender el terreno e irse. Y le preguntó al padre de aquella familia.
“Disculpe, ¿sabe usted a dónde se fue la familia que vivía aquí hace dos años? El hombre, extrañado, ante esa pregunta, le contestó. “Somos nosotros mismos aquí vivimos desde hace más de cinco años. ¿Y por qué ahora son tan prósperos?”, preguntó el sorprendido monje.

“Lo que sucedió”, dijo el padre, “es que una noche nos robaron nuestra vaca, que era nuestro único sustento y a partir de ahí, tuvimos que buscar otras formas de vivir y descubrí habilidades que yo mismo desconocía, por lo que agradezco profundamente a esa persona que nos robó la vaca”. Hasta el siguiente momento presente.

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