Crónica: los papás de ayer y los papás de hoy en materia educativa. pasando por el SITM en NL
Entre profes y Política
Recuerdo muy bien que era el mes de octubre de 1969 cuando mi madre, doña Ma. Guadalupe Rivera Márquez (doña Lupita), acudió a recoger la boleta de calificaciones con mi maestro de sexto grado, el profesor Alfredo Ayala Sierra, en la Escuela Primaria Federal “General Juan Álvarez”, ubicada en la colonia Esmeralda de la ciudad de Guadalupe, Nuevo León. En dicha institución educativa, además de ser nuestro profesor, nos entrenaba en el deporte del volibol. Era buenísimo para esto. Sin duda alguna, era un excelente maestro.
Una de sus “tácticas educativas” preferidas era la siguiente: cuando te cuestionaba y te equivocabas, eras merecedor de un “coscorrón”. Incluso, cuando cometías un error jugando al “voli”, te “cepillaba la cabecita” con uno bien tronadito. Así que te aplicabas porque te aplicabas. Y no había con que: “Mamá, el profe me dio un coscorrón”, porque te iba peor.
Volviendo al punto de la entrega de la boleta, mi madre, al pedir licencia para entrar al salón de clases y al verla de pie junto al profe Alfredo, me dio un escalofrío de esos que sientes cuando ves una “peli” intensa de terror, y me dije: “Ay, nanita, ya llegó mi “jefa”, a ver qué le dice el profe de mí”. Sin embargo, el pequeño diálogo fue muy escueto; no obstante, no he podido olvidar el comentario con el que cerró su participación mi mami Lupita: “Ahí se lo encargo, profe, y hágame el favor de estirarle las orejas a este muchacho si se porta mal y no lo obedece. Además, avíseme si algo malo llega a hacer y me lo arreglo en casa”. Por mí, ni se detenga; arrímele “unas buenas” para que entienda.
¡Sópatelas! ¿Así o más claro? ¿Cuándo te ibas a portar mal? ¡NUNCA!
La educación secundaria, por fortuna, la cursé en la Secundaria Federal número 4 “Reforma”, ubicada a una cuadra al norte de la famosa “Y”. Era un excelentísimo plantel educativo donde los grupos oscilaban entre los 55 y 60 estudiantes. Este episodio ocurrió entre 1970 y 1973. Ahí aprendías porque aprendías. Una disciplina casi, casi militar.
El uniforme de los varones era pantalón y camisa caqui, con cinto de lona militar; la corbata negra, con juego de zapatos del mismo color y bien lustrados. Los lunes era obligación llevar la cuartelera para los honores a la bandera. Pobrecito aquel que no llevara el uniforme reglamentario: era presa de pasar por “la valla”, que consistía en pasar entre dos columnas de niños y ser golpeado en las sentaderas con el cinto de lona. Así que, ¿cuándo se te iba a olvidar el uniforme?
¡Ah, qué tiempos aquellos! Donde los maestros eran tan dedicados y entregados a su cátedra. Por citar algunos: Roberto Zarazúa Rocha, Cesáreo Garma López, Ramón Rivera Sosa, Gustavo y Óscar Garza Guajardo, Ramiro Zarazúa Salazar, Griselda Ruiz de Ramos, Cristina Limas Canales, Herlinda García López, Sergio Hernández Cantú, etcétera, etcétera. Nos inculcaron verdaderos códigos de ética. Tiempos difíciles… y alumnos muy difíciles.
A ver, no estoy justificando ni haciendo valer el viejo adagio griego que dice: “La letra con sangre entra”. No son los golpes necesarios para una buena enseñanza, sino que el tiempo histórico del que estamos hablando data de una época donde la juventud mundial, y en especial la mexicana, estaba dando un despertar en la moda y en su proceder.
Recordemos que, al final de los sesenta, se dio el movimiento de Tlatelolco, y, de igual forma, a inicios de los setenta (junio de 1971), se gestó el gran movimiento estudiantil local donde los alumnos de la Universidad de Nuevo León lograron “su autonomía”. Pasaría a ser la UANL. Por ello ratificamos: tiempos difíciles. Por eso, los papás de aquella época le dieron toda “la confianza a los maestros”. Considero que esta fue la razón.
Los padres de familia de hoy, en la mayoría de los casos (al igual que el gobierno), desean que “les cuidemos a sus lindas y hermosas criaturas”; que los traten como a los pétalos de rosas (lo cual está perfectamente bien); que no les suba el volumen de la voz; que recibamos a sus niños a la hora que puedan llegar, no importando que sea demasiado tarde; que sus trabajos y tareas se revisen cuando los puedan llevar sus chiquitines; que se les entregue a los hijos al salir, no importando la hora; que se reciba a los varones sin importar el tipo, tinte o largo del pelo, incluso; que sus papás no aporten cuotas para el mantenimiento del edificio escolar; que se incluyan a los grupos regulares a los niños con algún tipo de “barrera de aprendizaje y/o conducta” (lo cual también está súper bien), etcétera.
Como dicen por ahí: generaciones de cristal.
Por otro lado, para cerrar esta narrativa, resulta que el Sindicato Independiente de Trabajadores de la Educación en Nuevo León (SITEM), que lidera Jesús “Chucho” Ortiz, aún no es reconocido oficialmente por las autoridades educativas y del trabajo estatales, muy a pesar de que ha mostrado su Toma de Nota expedida por el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje oportunamente. ¿Razones? Se desconocen aún.
Ya hubo una intentona de “cerrar y tomar la SE” por parte de los integrantes afiliados a este organismo sindical y, al parecer, para el doctor Paura no han sido suficientes sus cartas credenciales. Ojalá que ninguno de los afiliados a este sindicato fallezca, porque ahora sí que se armará un broncón de pronósticos reservados.
El “Chucho” Ortiz —nos comentan—muy pronto se hará presente en esta comunidad regia con algunas de sus “Chucherías”. ¿Le asiste la razón?
Así las cosas. La verdad como es, se tenía que decir y se dijo.
Hasta la próxima.
