En Nuevo León han ejercido históricamente su profesión los más prominentes médicos de nuestro país.
En la UANL han dictado cátedra y ejemplificado modelos de vida los más grandes ingenieros civiles y médicos de México y, sin reserva alguna, del Continente Americano.
Son verdaderos prodigios en cuya persona convergen la ciencia más rigurosa y el humanismo más desinteresado y sensible.
Uno de estos profesionistas prominentes, uno de estos prodigios de la ciencia y del humanismo, acaba de tomar posesión el pasado 15 de diciembre como director reelecto para un segundo periodo de la Facultad de Medicina y del Hospital Universitario.
Su nombre es sinónimo de rigurosidad en el conocimiento y generosidad en su corazón. Se llama Óscar Vidal.
Esta toma de posesión, encabezada por el rector de la UANL, el doctor Santos Guzmán López, y por los miembros de la Junta de Gobierno, fue algo más que una ceremonia solemne.
Fue un punto de encuentro de altos funcionarios públicos —locales y federales, de todas las tendencias y partidos— de empresarios y activistas sociales, y de un gran amigo del doctor Óscar Vidal: el señor arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López.
Pero, sobre todo, fue el punto de encuentro de muchos jóvenes, estudiantes de Medicina y de otras especialidades que conforman la comunidad universitaria y que fueron a expresarle al doctor Vidal su respeto y admiración por todas las obras que ha edificado en estos primeros tres años de gestión por el bien de la Facultad de Medicina y del Hospital Universitario “José Eleuterio González”.
Al final de la ceremonia, después de este encuentro universitario, se formó espontáneamente una muy larga fila de gente que quería abrazar y estrechar la mano del doctor Vidal.
Esta fila simboliza el reconocimiento a los grandes médicos como Óscar Vidal, a quienes debemos valorar en vida porque no siempre los tendremos físicamente con nosotros.
La sabiduría no se prodiga en todos los seres humanos; es un don cuya gracia se otorga a unos cuantos elegidos.
Al final de la larga fila esperaba su turno una joven sonriente y algo tímida que, sin embargo, no paraba de llorar. Le pregunté si era alumna del doctor y me respondió que no. Le pregunté si era maestra de la Universidad y me dijo que no.
Solo entonces me reveló la verdad: “No conozco al doctor Óscar Vidal. Pero él salvó la vida de mi hija desahuciada y, por ese motivo, le estaré eternamente agradecida”.
“Una persona más que se suma a la lista de las bendecidas”, pensé yo, y la acompañé fraternalmente con lágrimas de gratitud.
