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Opinión

La falsedad de la memoria

Junípero Méndez Martínez es médico, psiquiatra y psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Internacional y profesor de psicoanálisis en el instituto de ARPAC. Asociación Regiomontana de Psicoanálisis.

La mayoría de los recuerdos, no son reproducciones fieles a los hechos que ocurrieron, sino composiciones mentales, que se integran para dar sentido emocional a nuestra vida.

Estimados lectores: Los que ya éramos adultos podemos recordar lo que estábamos haciendo cuando ocurrió la tragedia de las Torres Gemelas el 11 de septiembre del 2001.

“Ese día estábamos viendo la televisión, porque una tormenta en la ciudad había hecho suspender las clases, cuando entró el reporte de último momento, informando lo que le había ocurrido a una de las torres.

Con trasmisión en vivo desde el lugar, momentos después, chocó el avión en la segunda torre, lo presenciamos en vivo, y no lo podíamos creer, parecía una película…”, comenta una persona con pasmo.

La memoria que incluye el recuerdo de las imágenes, de los sonidos y el contexto, es la función que denominamos memoria biográfica o explícita, constituye el hilo consciente de nuestras vivencias, el curso de vida.

Sin embargo, por ilógico que pueda parecer, la mayoría de los recuerdos que conservamos de nuestra propia vida (salvo episodios excepcionales, como el citado al principio), no son reproducciones mentales fieles a los hechos que ocurrieron, sino composiciones mentales.

Una parte proviene de lo que ocurrió efectivamente (percepciones almacenadas), y la otra, de la capacidad del cerebro-mente para conformar la experiencia de continuidad. 

La mente “crea” la memoria haciendo un collage en que acomoda percepciones almacenadas de distintos tiempos, obedeciendo a la consigna de que los recuerdos se evoquen “como debió haberse visto” y “como resulta lógico que haya ocurrido”. Para ello, suprime unas partes y fabrica otras.

La neurociencia contemporánea ha mostrado que la capacidad para memoria explícita se adquiere hasta alrededor de los 5 años. Entonces lo que recordemos antes esa edad, no son hechos reales, sino una mezcla de lo que nos contaron que sucedió.

Y de lo que vimos como imágenes de fotos o videos, por eso aparecemos como vistos desde afuera, y es frecuente que un familiar de mayor edad nos corrija vivencias de las que teníamos total certeza. Durante toda la vida, el proceso de selectividad de la memoria continúa operando, olvidando y componiendo, solo que de forma tenue.

Existe otro tipo de memoria más antiguo y persistente que la memoria biográfica o declarativa; la memoria emocional o implícita, que funciona desde el nacimiento y gracias a la cual vamos aprendiendo todos los rudimentos de la conducta, y lo que es conveniente o peligroso, para conducirnos en el mundo práctico, sin tener que recordar y meditar a cada paso. 

Ambos tipos de memoria se entrelazan e integran para dar coherencia y sentido emocional a nuestra vida. 

No es de extrañar que una parte de la memoria, la emocional, corrija y suprima fragmentos de la otra memoria, la biográfica o explícita, con el fin de que nuestro ser y nuestro actuar resulte lo menos contradictorio frente a nuestro propio juicio interno.

Nos mentimos sin darnos cuenta, y con buena fe.

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