“El mundo entero es una gran plaza de toros donde el que no torea, embiste”, dijo alguna vez para la posteridad Ignacio Sánchez Mejías. Y hoy más que nunca, aunque la generalidad del resto del mundo muestra su doble cara sobre el tema del toro, esta frase cobra mayor fuerza en la vida cotidiana de nuestra sociedad.
Y es que, a cada mañana, nos convertimos en ese gran torero del ruedo de la vida, para salir a “poderle” al “Miura” del día a día que nos toca en suerte enfrentar, o de lo contrario, somos ese “Atanasio” repetidor y boyante que embiste con fuerza, codicia y con coraje las complejidades de las vicisitudes de “la lidia” que se nos presenta de manera particular.
Así, cada mañana, todos nos “enfundamos en el terno” para salirle a esa “gran plaza de toros” de la que Sánchez Mejías hacía referencia, para salir a “capotear” en compañía de los “avíos” del conocimiento y “el sitio” que dan los años, al, a veces incierto, “toro de la vida”.
Unos, los devotos, se encomiendan, se santiguan y “parten plaza bordando” un soberbio desayuno antes de iniciar su quehacer, mientras otros sustituyen ese desayuno por la nicotina de un tabaco.Y los menos afortunados, con la somnolencia de la debilidad a cuestas, visten su hambre de fe en el trabajo, para conseguir la elemental “jama” para sí mismos y para los suyos.
Y es así como, más o menos, podemos traducir esa cita tan sabia del torero a la realidad de nuestros días, donde la sociedad por entero —llámese niños, jóvenes, adultos y personas con juventud acumulada, y los ahora no de ambos, sino de todos los sexos— capotean el vendaval de vivir sobre este mundo.
Un mundo que, segmentado por comunidades, es administrado por, en nuestro caso, los gobiernos emanados de una democracia chimuela y amañada, que solo ha servido para imponer su autoridad, en ocasiones autoritaria, sobre las masas.
Así, sobre el albero de esta “gran plaza de toros”, donde todos sus ciudadanos, como los mejores toreros, deben demostrar y utilizar sus más brillantes cualidades y habilidades para capotear, simultáneamente, los “toritos” que diariamente nuestra “Autoridá” nos suelta por la puerta de toriles.
Y esos “toritos” son: la inmovilidad en el tráfico de la ciudad, el todavía deficiente transporte urbano, la cada vez menos rendidora gasolina, la escasa prestación en los servicios de atención en salud, las cada vez más complejas labores de los cuerpos del orden y, por consecuencia, la gran tasa de inseguridad que los delincuentes nos recetan en nuestras calles, en nuestras escuelas, en nuestros comercios y en nuestros hogares, entre otras muchas cosas más.
Pero como la “Autoridá” es la “autoridá”, hay que imponerla, y como para eso es y para eso está —en la mentalidad de quien hoy la detenta—, y como para “taparle el ojo al macho” de los constantes viajes, ausencias laborales y actividades electorales (porque “sus facultades” se lo permiten, disfrazan la hechura de su quehacer en el “biombo”.
Y estos, en la incompetencia e ineficacia propia de la inexperiencia operativa, el interés personal y de grupos de unos “privilegiados”, y la abierta y evidente falta de compromiso —la verdad— hacia la sociedad, han hecho que la voracidad —por encima de los genuinos valores del verdadero servicio público—, nos esté dejando en el ruedo puros “toritos chungos”, difíciles de lidiar.
Por lo pronto, convertidos en “toreros”, todos como uno solo, hemos tenido que aprender a capotear con la consecuencia de nuestros errores, para “lidiar” con la mentalidad de una “Autoridá” que no ha sido franca ni transparente en su quehacer y que, a estas alturas de “la faena”, ha dado muestras que merece ser devuelto a los corrales.
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”.
Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
