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Opinión

El amor por la libertad ¡es un amor líquido!

Palacio - La Hormiga

En mi anterior hormiga (Apatía electoral, del 17.11.23) concluí: “antes México era la casa final de quienes aquí vivíamos. Para muchos jóvenes de hoy, México ¡es reemplazable!”. 

Mi aseveración ha provocado reacciones varias en mis lectores. Unos me han manifestado su acuerdo y aprobación, pero otros me han solicitado detalles del ¿por qué?, de ¿cuáles son mis fundamentos? Aquí, me explico, con ayuda de algunos sociólogos contemporáneos, profesionales que le han puesto la lupa a los jóvenes de hoy, personas entre 25 y 50 años de edad, convencidos, como toda la juventud en la historia reciente de Occidente, de ser portadores de la nueva verdad. No ven con buenos ojos las intromisiones de los “viejos”, quienes, dicen, no los comprenden ni los comprenderán. Su postura me recuerda la rebeldía de mi esposa y yo, en los años 60-80 del siglo pasado.

La juventud, hoy más que nunca, es objetivo de toneladas diarias de publicidad que la instan a viajar en aviones, cruceros y automóviles de lujo por el mundo, relacionarse sexualmente por tiempos reducidos de inmensurable placer y sin compromiso, con hombres y mujeres bellísimas, comer en restaurantes fuera de serie, vestir con ropa y relojes de envidia, asistir a todo tipo de juegos y espectáculos, ganar millones de dólares en casinos, poseer aparatos electrónicos y ciber de punta, vivir en residencias con alberca, jacuzzi, baños termales, canchas de juegos, etc. El joven puede estar en el metro, camión o en la cola vehicular en el periférico, pero el anuncio, pequeño o espectacular, le azota el rostro y le provoca soñar la locura de lo imposible.

Todo ello lo conduce a un estado de ánimo líquido, en el que la libertad para adquirir la oferta publicitaria lo decide a remover todo obstáculo que la obstruya. 

El mayor de mis hijos, de 50 años pasaditos, es parte de la alta dirección de una firma de arquitectos en Toronto. Hace un par de años me narró haber platicado con un treintañero arquitecto capaz, empleado de la institución. Le sugirió laborar unas cuantas horas más a la semana, para destacar y ser promovido con mayor celeridad. Su respuesta inmediata fue un no rotundo. Le informó que tenía planeado renunciar en unas semanas, pues anualmente él sólo trabaja lo necesario, para costear su viaje de seis a ocho meses en Asia, y que no tenía problema en renunciar a partir de ese momento.

El interés de esta persona de casarse, tener hijos, integrar una familia, adquirir carro, casa y obligarse a pagos hipotecarios durante 20 o 30 años, es totalmente nulo. Lo que anhela es la libertad. Si llega a relacionarse con una pareja, lo hace sin compromiso. Sería una carga indeseable, limitante de su libertad. Si el atractivo por la pareja llega a convertirse en cariño y este en amor, se estará en presencia de un amor líquido, un amor de “ya estuve y en cualquier momento me voy”. Desde el inicio de la relación, está presente la conveniencia de disolverla y el riesgo de detestarla, pues obstaculiza su libertad. 

La frase “amor líquido” es de Zygmunt Bauman (1925-2017), sociólogo polaco, crítico de la modernidad occidental. Bauman escribe sobre “la relación”. Indica que esta “cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso… la gente habla cada vez más (ayudada e inducida por consejeros expertos) de conexiones, de “conectarse” y “estar conectado”. En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de “redes”… la “red” representa una matriz que conecta y desconecta a la vez… “Red” sugiere momentos de “estar en contacto” intercalados con periodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad…

Las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables…. Las conexiones son “relaciones virtuales… De fácil acceso y salida… Parecen sensatas e higiénicas, fáciles de usar y amistosas con el usuario, cuando se les compara con la “cosa real”, pesada, lenta, inerte y complicada” (Amor Líquido, CFE, México, 2022, pp 12-14).
En México, a estas “redes” los jóvenes las identifican con el nombre de “bandas”. Hablan de reuniones de “la banda”; de intereses de “la banda”; de la música y viajes de “la banda”, etc.

Identificarse con la nacionalidad mexicana, con motivo de recibir acta de nacimiento y quizás pasaporte, no es una “relación” que significa para nuestros jóvenes adquirir interés y/o votar en las elecciones, pues hacerlo implica también, como con su pareja, un riesgo a su libertad. Escuchar la noticia política, leerla y/o discutirla, les quita tiempo, en tanto el mundo se les ofrece con múltiples opciones, en especial para aquellos con educación básica o quienes prestan servicios vía Internet; inclusive, cabe mencionar que en diversos países de primer mundo hacen más falta barrenderos, peones de campo, taxistas y meseros, que profesionistas con maestría. En parte, esto contesta el fenómeno incontrolado de la migración actual. 

Estamos, como diría Bauman, en un “moderno mundo líquido”. Un mundo en el cual el amor por la libertad de un joven es un amor líquido hacia la pareja, similar al amor líquido que tiene como nacional/elector de un país dado.

Sirva lo anterior para contestar la razón por la cual aseveré: “Antes México era la casa final de quienes aquí vivíamos” y que para “muchos jóvenes de hoy, México ¡es reemplazable!”.

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