En el marco de la celebración del movimiento armado que transformó a la sociedad mexicana, es oportuno preguntar si vivimos una nueva forma de revolución mexicana.
Aclaremos: ningún movimiento social es igual a otro. Es falso que quien no conoce la historia está obligado a repetirla. La historia no se repite; las circunstancias de tiempo, espacio y personajes hacen que todo movimiento sea diferente a otro, aunque en causas, desarrollo y consecuencias tengan similitudes.
La Revolución Mexicana surge del rechazo al autoritarismo en un régimen dictatorial, controlador del poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial, castrense y de los poderes federados en las entidades y los municipios (entendiendo que el municipio no tenía personalidad propia).
Ese poder absolutista del dictador y su camarilla dependía de mantener al pueblo en extrema pobreza, sin educación básica formal, en condiciones sociales precarias y con un amasiato entre los ricos en las regiones del país y el poder político.
El porfiriato se sustentaba en la fuerza armada, el terror social, el hambre, la ignorancia y la manipulación. Basta revisar la distribución de su presupuesto federal para descubrir que la mayor parte del gasto público se destinaba a las fuerzas armadas.
Estimado lector, le pido de favor que relea los párrafos previos y analice qué le viene a la mente. Quizá le parezca un déjà vu. Por momentos, en el siglo XXI vivimos condiciones similares a las del porfiriato, y muchos de los poderes fácticos en el país se justifican por las mismas causas que, en aquel régimen, desataron una revolución.
Nos dicen un día sí y otro también que los programas oficiales en el país buscan atacar las causas de los llamados delincuentes, es decir, la pobreza, la exclusión social, la marginación. Aseguran que, al acabar con eso, se termina lo que muchos llaman delincuencia, pero quizá algunos de quienes delinquen le llaman «movimiento contra el status quo».
La revolución de 1910 inició como un movimiento político-democrático en el cual los organizadores buscaban que los grupos de clase media alta y alta accedieran al poder; iniciaron una campaña electoral que, al ser frustrada por el poder político gubernamental constituido, optó por iniciar un movimiento armado que tendría verificativo a partir de las 18:00 horas del 20 de noviembre de 1910. Casi seis meses después, cayó el poder unipersonal.
A 115 años de iniciado el movimiento que cambió las estructuras políticas, económicas y sociales de México, parecen haber condiciones similares. La política se concentra en un poder unipersonal, la libertad de pensamiento está coartada, la libertad de expresión acosada y la libertad de producción fustigada.
El consuelo de los pobres es ver que la inflación y la carestía convierten en pobres a aquellos que ayer vivían en clase media baja o media; su pobreza no cambia, los paupérrimos lo siguen siendo, sólo que ahora reciben un dinero finito que pronto acabará, pues nos comemos a la gallina de los huevos de oro.
¿Vivimos una nueva forma de revolución mexicana? Los delincuentes reparten ayuda en los desastres naturales, son protegidos por las comunidades que los ven como benefactores y las madres oran por sus hijos metidos en los grupos delincuenciales, tal como encomendaron a sus hijos sumados a la «pelotera revolucionaria».
Espacios del territorio están en llamas; viven un movimiento armado con características políticas, sociales y económicas transformadoras. ¿México vive su cuarta revolución iniciada por aquellos que hoy son delincuentes y a quienes la historia llamará héroes?
