El fin de las monedas actuales de 1, 2 y 5 pesos (y la mentira de la estabilidad)
Inteligencia Financiera Global
El Banco de México anunció que fabricará nuevas monedas de uno, dos y cinco pesos “más baratas”, sustituyendo el bronce y el aluminio por acero recubierto. Dicen que así se ahorrarán $400 millones de pesos. Pero este supuesto ahorro no es una buena noticia: es el síntoma más visible del deterioro del poder adquisitivo del dinero.
Cuando el valor del metal se acerca al valor nominal de la moneda, su existencia deja de tener sentido. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo.
Las monedas que hoy llevamos en el bolsillo están condenadas a desaparecer por la misma razón que ya murieron las de 5 y 10 centavos de acero, y las de 20 y 50 centavos “amarillas”: la inflación las devora.
Fabricarlas cuesta casi tanto como su valor; por eso, el Banco de México las reemplazará con materiales más baratos.
No es un ajuste técnico, sino una señal inequívoca de que el peso se ha ido debilitando durante años, mientras el gobierno y el banco central insisten en la apariencia de la “estabilidad”.
El peso se derrite
A esto se le llama punto de fusión: cuando el valor del metal supera el de la moneda, deja de circular. Se funde.
El peso mexicano literalmente se está derritiendo.
Pero Banxico actúa como si nada ocurriera, confiando —por arte de magia— en que la inflación bajará al 3% en 2026, mientras reduce la tasa de interés a 7.25 por ciento.
Una baja que puede sonar positiva, pero que en realidad golpea a los ahorradores: los rendimientos en CETES, pagarés y fondos de deuda caerán, justo cuando el gobierno prepara, además, una retención del 0.9% sobre el capital.
La política monetaria actual castiga el ahorro y premia el endeudamiento.
Al mismo tiempo, el gobierno celebra su mayor presupuesto de la historia: 10.1 billones de pesos.
Un gasto récord que confirma la contradicción central del modelo económico actual: más gasto público, menos crecimiento real.
El consumo privado cae, la inversión fija bruta se desploma y el empleo formal se estanca.
No es una crisis abierta, pero sí una estanflación: precios altos, crecimiento nulo y deterioro constante del poder de compra.
Y mientras tanto, la gente se consuela viendo el tipo de cambio estable, sin entender que el dólar también se devalúa.
El verdadero termómetro del valor del dinero no es el dólar, sino el oro.
Y frente al oro, tanto el peso como el dólar se derriten juntos. Por eso, hoy un Centenario roza los $100,000 pesos: no solo porque suba el oro, sino porque además cae el valor del dinero fiat.
Del metal al papel
El Banco de México dice que sus decisiones garantizan “estabilidad”, pero esa palabra se ha vaciado de contenido.
Estabilidad no es que el tipo de cambio se mueva poco.
Estabilidad sería que el peso conservara su poder de compra, que los ahorros rindieran más que la inflación y que el trabajo valiera lo mismo hoy que hace cinco años.
Nada de eso ocurre.
Por eso, mientras las monedas cambian de metal para seguir existiendo, el poder adquisitivo de los mexicanos sigue evaporándose.
La desaparición de las monedas es solo el primer paso de un proceso más amplio: el del dinero que deja de tener forma física.
Primero se devalúan las monedas; luego se deprecian los billetes; más tarde, los gobiernos hablan de “modernización” para justificar la eliminación del efectivo y el control total del sistema financiero.
Todo empieza con un anuncio técnico y termina en la pérdida de independencia económica.
La defensa del valor
El oro, en cambio, no cambia de aleación para ahorrar costos.
No depende de decretos ni de promesas.
Por eso, acumular monedas de oro o plata no es una moda, sino una estrategia de supervivencia.
Mientras el dinero oficial pierde sustancia, el dinero real —el que no necesita respaldo político— gana cada día mayor poder de compra.
Cada vez que una moneda deja de circular, perdemos algo más que un pedazo de metal.
Perdemos la memoria del valor real, del esfuerzo que representa el dinero bien ganado.
El Banco de México puede cambiar la composición de las monedas, pero no puede cambiar lo que ese hecho revela: el peso ya no vale lo que parece.
Y mientras el gobierno celebra su “ahorro”, el país se hunde en la mentira de una estabilidad que se oxida, igual que sus monedas.
