Estamos a punto de cerrar un ciclo y comenzar uno nuevo: un año 2026, como decían, “nuevecito y de paquete”. Pero quién sabe qué traiga en el paquete este ciclo de tiempo que estamos, con el favor de Dios, a punto de comenzar y que, para algunos, sonarán las trompetas de arranque para conquistar sus personales anhelos.
Pero para abrir un ciclo, dicen, primero hay que cerrar otro. Es la lógica del espacio: para ocuparlo, primero hay que vaciarlo. Y el espacio que acompaña el año que mañana, en la madrugada, termina, con sus alegrías y sinsabores, irremediablemente debe vaciarse para cerrar el ciclo e iniciar el nuevo.
El que termina, de manera general y colectiva, nos llenó de atinos y desatinos, según la propia conveniencia particular. Para la gente buena, que es la más, le llenó de desafíos que hubo de enfrentar con valor y gallardía para superar el sinuoso camino de la vida, atiborrado de la amplia gama de obstáculos que, por fortuna, suerte o destino, se han podido superar para llegar a cerrar este ciclo con lo más valioso que tenemos: la vida.
Para otros, la gente no buena —llámese criminales en diferentes facetas y todo tipo de bichos rastreros, como puede ser un mal amigo, un mal vecino, un ineficaz o corrupto funcionario público o un avorazado aspiracionista metido a político—, como aquellos que se aventaron la “inocentada” de cerrar “el ciclo” de 13 inocentes por jugar al capricho ineficaz de su “trenecito”, el karma les habrá de cobrar la factura en algún momento, de manera justa.
Para el que esto escribe, estimado lector, este ciclo que está a punto de terminar ha sido uno más del tránsito en la vida que nos ha dejado un gran aprendizaje, que, acompañado de sueños e ilusiones, se ha encontrado con sinsabores, descalabros, roturas y cortes dignos de sobreponerse a ellos con inteligencia, valor, amor propio y esperanza.
La vida no es fácil y, quizás por ello, quienes tuvimos la fortuna de vivir la infancia en el entorno de una familia amorosa añoramos aquellos inocentes tiempos que fuimos felices en formas tan simples como de niños, bajo el genuino y auténtico cobijo amoroso de nuestros padres, hoy ausentes en el tiempo, pero nunca en nuestros principios, valores y decisiones que emanan del corazón, donde ellos habitan.
Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo simbolizan las acciones para dejar un legado y trascender en la vida: crear vida (hijo), contribuir a la naturaleza (árbol) y transmitir conocimiento (libro). Y, en ese sentido, debo decir que el árbol desde niño lo planté, como Alberto Cortéz; ya hasta se secá. Habrá que sembrar otro en este nuevo ciclo. El Bello y la Bestia, título de mi obra literaria, que por el contenido estará ubicado en el género de la ficción y no en el de la autobiografía, aún está en ciernes. En tanto que eso de tener un hijo, aún está en chino, japonés o, a lo mejor ahora que está de moda, en koreano.
Por tanto, estimado lector, mi ciclo particular de vida, salvo la mejor opinión de Dios, no lo puedo cerrar sin complementar esas acciones. Sin embargo, el ciclo de este 2025 se cierra, y se cierra con alegría y tristezas, con presencia y ausencias, con amor y desamor, pero, a pesar de ello, con una enorme esperanza de vivir la felicidad de estar vivos hasta que Dios nos lo permita, sembrando, si no árboles, sí el amor y la bondad en nuestros semejantes; escribiendo, si no libros, sí historias que ayuden a superar las dificultades de la vida; y teniendo “hijos” en tantos trabajos y proyectos que nos inventamos y tenemos por delante para ofrecer de nosotros un mundo mejor para quienes vendrán después.
Estimado lector, van para usted y su familia mis mejores deseos para este nuevo ciclo 2026, esperando que esté lleno de amor, paz, salud y prosperidad, deseando que, al término de este nuevo ciclo que pasado mañana comenzamos, lo cerremos como este 2025, con las siguientes y agradecidas palabras: “ha valido la pena...”.
Por hoy es todo, medite lo que le platico, estimado lector. Esperando que el de hoy sea un reflexivo día, por favor cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
