El Papa Francisco: ¿De dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo?
Siguiendo al Papa
El Papa Francisco: ¿De dónde sacamos esta libertad del Espíritu, tan contraria a la libertad del egoísmo? La respuesta está en las palabras de Jesús: «Si el Hijo los hace libres, serán realmente libres» (Jn 8: 36).
Pidamos a Jesús que nos haga, a través de su Espíritu Santo, hombres y mujeres libres para servir, en el amor y la alegría. ¡Gracias!
Del 31 de mayo al 5 de junio de 2024
AUDIENCIA GENERAL. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En la catequesis de hoy, me gustaría reflexionar con ustedes sobre el nombre con el que se llama al Espíritu Santo en la Biblia.
Lo primero que conocemos de una persona es su nombre. El nombre del Espíritu, aquel por el que lo conocieron los primeros destinatarios de la revelación, con el que lo invocaron los profetas, los salmistas, María, Jesús y los Apóstoles, es Ruah, que significa soplo, viento, aliento.
En la Biblia, el nombre es tan importante que casi se identifica con la persona misma, nunca es un apelativo meramente convencional, siempre dice algo sobre la persona, su origen o misión.
Lo mismo ocurre con el nombre Ruah, que contiene la primera revelación fundamental sobre la persona y la función del Espíritu Santo.
Precisamente mediante la observación del viento y sus manifestaciones, los escritores bíblicos fueron conducidos por Dios a descubrir un “viento” de naturaleza diferente.
No es casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado por el “ruido de un viento impetuoso”. (cf. Hch 2,2).
¿Qué nos dice, pues, su nombre, Ruah, sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve ante todo para expresar el poder del Espíritu Santo.
“Espíritu y poder” o “poder del Espíritu” es una combinación recurrente en toda la Biblia, de hecho, el viento es una fuerza arrolladora e indomable, es capaz incluso de mover los océanos.
Pero también en este caso, para descubrir el pleno significado de las realidades de la Biblia, no hay que detenerse en el Antiguo Testamento, sino llegar a Jesús.
Junto al poder, Jesús destacará otra característica del viento, la de su libertad.
A Nicodemo, que le visita por la noche, Jesús le dice solemnemente: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8).
El viento no se puede embridar, “embotellar” ni encerrar, por ello, pretender encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como ha intentado hacer el racionalismo moderno, significa perderlo, anularlo, reducirlo al espíritu puramente humano, un espíritu simple.
Existe, sin embargo, una tentación similar en el ámbito eclesiástico, y es la de querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones.
El Espíritu crea y anima las instituciones, pero él mismo no puede ser “institucionalizado”, “cosificado”.
El viento sopla “donde quiere”, del mismo modo, el Espíritu distribuye sus dones “como quiere” (1 Cor 12, 11) San Pablo hará de todo esto la ley fundamental del obrar cristiano cristiana: “Donde está el Espíritu del Señor, ahí hay libertad” (2 Co 3.17), dice él.
Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor, esta es una libertad totalmente especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente.
No es libertad para hacer lo que uno quiera, ¡sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiera! No libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por constricción.
En otras palabras, libertad de hijos, no de esclavos.
San Pablo es muy consciente de los abusos o malentendidos que se pueden hacer de esta
libertad; escribe a los gálatas: «…ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; sólo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros» (Gal 5, 13).
Se trata de una libertad que se expresa en el servicio.
