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Opinión

El rey de la amenaza silenciosa

Palacio - La Hormiga

Luis Candelas (1804-1837) fue un famoso ladrón en Madrid, que se ufanaba de jamás haber cometido un delito de sangre. Murió a garrote vil, en cumplimiento de sentencia de las cortes madrileñas. Era jovial, alegre y gustaba de compartir su buen humor. Sus robos los justificaba bajo la doctrina de la mala repartición de la fortuna. Robó a la modista de la reina y al embajador de Francia y esa fue su desgracia. Tuvo varias amantes, entre las mas notables Lola la Naranjera y Clara la de Valencia.

Han pasado mas de 200 años. Todo indica que renació el 13 de noviembre de 1953, en el estado de Tabasco, México.

Con el propósito de establecer origen y semejanza entre uno y otro, narro una anécdota del proceder del primero en tiempo: habiéndose escapado Luis Candelas de la cárcel, tocó la puerta de una casa de buen ver, contigua a la prisión. La matrona le abrió la puerta. “Amable y distinguida dama” —le dijo, con voz apacible y sosegada, a tiempo de introducirse en la morada —, “soy el incomprendido Sacagrasa” —a saber famoso y sanguinario forajido—. “Acabo de escaparme de la prisión. Fui apresado con motivo de haber matado a un par de joyeros avaros, pero mi señora, no quisiera molestarla en lo más mínimo. Mucho le agradeceré llamar a su esposo, pues, como usted gentilmente comprenderá, requiero que me entregué el oro, plata y monedas que tengan consigo”.

Llegado el caso a juicio, el tribunal se inclinó, en el sentido tratarse de un robo con violencia, crimen con alta penalidad. La defensa alegó el uso de la actitud y voz pacífica de Candelas, quien no amenazó. Simplemente recibió lo solicitado y dijo adiós con cortesía. El tribunal sostuvo que además de la violencia física, existe la violencia psicológica y ambas tienen igual fuerza y sanción. 

Una persona humilde e ignorante, designada para ocupar un puesto importante, ya sea de diputado, senador, director, subsecretario, secretario, etcétera, quien empieza a recibir sueldo, bonos, emolumentos y canonjías con los cuales nunca había soñado, y sabe que esto se lo debe a AMLO, presidente de la República, jefe supremo de las Fuerzas Armadas y líder máximo de Morena, donde nada sucede sin su aprobación, por supuesto que acatará cualquier directriz, orden o línea dictada por ÉL. Así, “ÉL” con mayúsculas. Sabe que, de no hacerlo, caerá de su gracia y perderá sus ingresos, cargos y futuro “político”. Es, pues, un lacayo de quien lo designó. ¡ÉL da y ÉL quita! Se trata de una amenaza silenciosa no expresa, pero sobreentendida. Como Candelas, la ejerce con actitud pacífica, sin cometer delito de sangre.

La técnica de darle un cargo de importancia e ingresos inimaginables a una persona ignorante y en la mayoría de los casos pobre, la aprendí en Rumanía, donde acudí como asesor senior de Naciones Unidas a principios de enero de 1990, para asistir en la transformación de la economía y ayudar a atraer inversión extranjera.

Dos semanas antes, el presidente Nicolae Ceausescu y su esposa, habían sido ajusticiados en secreto, tras 23 años de dictadura. Ceausescu designó desde los primeros años de su mandato, como Jefe de la Policía, a una persona con estudios hasta segundo año de primaria, que le fue leal y agradecido hasta el final. Le cumplió todas sus órdenes legales, ilegales, arbitrarias y criminales, pues bien sabía que, a falta de su jefe, perdería todo su poder.

AMLO es “El Rey de las Amenazas”. No requiere siquiera mencionarlas. Se conocen. Se sienten. Se huelen. Se palpitan. Simplemente mantiene un régimen de siervos domesticados, sujetos al miedo de perder sus ingresos y “estatus” frente a la sociedad y su familia. Después de cinco años de ocupar la Presidencia y sumado miles de nombramientos, éstas personas son muchas, se juntan, se hablan, se apoyan, hacen equipo y hasta llegan a respetarse entre ellos.

La amenaza, encierra miedo, peligro y riesgo de sufrir un perjuicio. En derecho civil y penal, se identifica bajo la palabra genérica de “intimidación”. Es difícil de probar. En general requiere una acción por parte de quien la ejerce, ya sea escrita o verbal. Es el caso del acoso laboral, escolar y sexual. Pero cuando la amenaza es etérea o consecuencia de la concatenación de hechos y circunstancias no claramente volitivas, el resultado es que para efectos prácticos no puede utilizarse para denunciar penalmente, con posibilidades de éxito.

López Obrador ha dicho en varias ocasiones, que prefiere la lealtad por encima de la capacidad. Es obvio, que, si detenta una amenaza silenciosa, sobre personas humildes e ignorantes a quienes ha palomeado para sus cargos, la lealtad sea de su preferencia. Lealtad+Amenaza es un binomio de enorme fuerza política, social y económica.

“El Rey de la Amenaza” expresa su voluntad (llámese iniciativa de ley, expresión oral en sus mañaneras, sugerencia en oído de subordinado, etcétera); quien no la cumpla, corre el riesgo de ser removido de su cargo, de la lista de incondicionales o ser objeto de la ley del hielo, también conocida como “estate quieto”. 

Cualquier empresario asociado como minoritario en un negocio, sabe que quien ejerce el control, tan sólo requiere que sea latente, inclusive no ejercitado, para determinar el objeto, la operación, la administración y el manejo en general de la empresa. Si no le gusta el café descafeinado, no hay problema, “no lo ofrecemos, faltaba más. Sería bueno que nos diga las galletitas de su preferencia”.

Estamos frente a la reencarnación de Luis Candelas, quien murió mal, pero ¡vivió de lujo!

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