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Opinión

El silencio de Dios ante el mal

Espiritualidad

Los teólogos a veces intentan expresar el significado de la resurrección de Jesús en una frase: en la resurrección, Dios reivindicó a Jesús, su vida, su mensaje y su fidelidad. ¿Qué significa eso? Jesús entró en nuestro mundo predicando la fe, el amor y el perdón, pero el mundo no lo aceptó. 

En cambio, lo crucificó y con eso aparentemente avergonzó su mensaje. Esto lo vemos más claramente en la cruz cuando Jesús es escarnecido, burlado y desafiado: ¡Si eres el hijo de Dios, desciende de allí! Si tu mensaje es cierto, ¡deja que Dios lo verifique ahora mismo! Si tu fidelidad es más que simple terquedad e ignorancia humana, entonces ¿por qué mueres avergonzado?

¿Cuál fue la respuesta de Dios a esas burlas? Aparentemente nada, ningún comentario, ninguna defensa, ninguna disculpa, ningún contra desafío, sólo silencio. Jesús muere en silencio. Ni él ni el Dios en el que creía intentaron llenar ese insoportable vacío con palabras consoladoras o explicaciones que desafiaran a las personas a ver el panorama más amplio o ver el lado positivo de las cosas. Nada de eso. Sólo silencio.

Jesús murió en el silencio, dentro del silencio de Dios y dentro de la incomprensión del mundo. Y podemos dejarnos escandalizar por ese silencio, del mismo modo que podemos dejarnos escandalizar por el aparente triunfo del mal, del dolor y del sufrimiento en nuestro mundo. 

El aparente silencio de Dios ante el mal y la muerte puede escandalizarnos para siempre: en el holocausto judío, en los genocidios étnicos, en las guerras brutales y sin sentido, en los terremotos y tsunamis que matan a miles de personas y devastan países enteros, en la muerte de innumerables personas arrancadas de esta vida por el cáncer y la violencia, en lo injusta que puede ser a veces la vida y en la manera casual en que aquellos sin conciencia pueden violar áreas enteras de la vida aparentemente sin consecuencias. 

¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cuál es la respuesta de Dios?

La respuesta de Dios es la resurrección, la resurrección de Jesús y la resurrección perenne del bien dentro de la vida misma. Sin embargo, la resurrección no es necesariamente un rescate. Dios no necesariamente nos rescata de los efectos del mal, ni siquiera de la muerte. El mal hace lo que hace, los desastres naturales son lo que son, y aquellos sin conciencia pueden violar incluso mientras se alimentan del fuego sagrado de la vida. Normalmente, Dios no interviene. 

La separación del mar Rojo no ocurre semanalmente. Dios deja que sus seres queridos sufran y mueran, así como Jesús dejó morir a su querido amigo Lázaro, y Dios dejó morir a Jesús. Dios redime, nos levanta después, en una reivindicación más profunda y duradera. Es más, la veracidad de esa afirmación puede incluso comprobarse empíricamente.

A pesar de que a veces parezca lo contrario, al final, el amor triunfa sobre el odio. La paz triunfa sobre el caos. El perdón triunfa sobre la amargura. La esperanza triunfa sobre el cinismo. La fidelidad triunfa sobre la desesperación. La virtud triunfa sobre el pecado. 

La conciencia triunfa sobre la insensibilidad. La vida triunfa sobre la muerte y el bien triunfa sobre el mal, siempre. Mohandas K. Gandhi escribió una vez: “Cuando me desespero, recuerdo que, a lo largo de la historia, el camino de la verdad y el amor siempre ha vencido. Ha habido asesinos y tiranos, y durante un tiempo parecen invencibles. Pero al final, siempre caen. Piénsalo siempre”.

La resurrección, de manera más contundente, deja claro ese punto. Al final, Dios tiene la última palabra. La resurrección de Jesús es esa última palabra. De las cenizas de la vergüenza, de la aparente derrota, el fracaso y la muerte, brota perennemente una vida nueva, más profunda y eterna. Nuestra fe comienza en el mismo punto donde parece que debería terminar, en el aparente silencio de Dios ante el mal.

¿Y qué nos pide esto?

Primero, simplemente que confiemos en la verdad de la resurrección. La resurrección nos pide creer lo que afirmó Gandhi; es decir, que al final el mal no tendrá la última palabra. Fracasará. El bien acabará por triunfar.

Más concretamente, nos pide que lancemos los dados sobre la confianza y la verdad; es decir, confiando en que lo que Jesús enseñó es verdad. La virtud no es ingenua, incluso cuando se la avergüenza. El pecado y el cinismo son ingenuos, incluso cuando parecen triunfar. 

Aquellos que se arrodillan ante Dios y ante los demás en conciencia encontrarán significado y gozo, incluso cuando se vean privados de algunos de los placeres del mundo. Aquellos que beben y manipulan la energía sagrada sin conciencia no encontrarán sentido a la vida, incluso cuando saboreen el placer. Quienes viven con honestidad, cueste lo que cueste, encontrarán la libertad. Aquellos que mienten y racionalizan se encontrarán prisioneros del odio a sí mismos. 

Quienes viven confiando encontrarán el amor. Se puede confiar en el silencio de Dios, incluso cuando morimos dentro de este.

Necesitamos permanecer fieles en el amor, el perdón y la conciencia, a pesar de todo lo que sugiere que son ingenuos. Nos llevarán a lo más profundo de la vida. En última instancia, Dios reivindica la virtud. Dios reivindica el amor. Dios reivindica la conciencia. Dios reivindica el perdón. Dios reivindica la fidelidad. En última instancia, Dios reivindicó a Jesús y nos reivindicará a nosotros también si permanecemos fieles.

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