En un libro titulado "Tesoros Peculiares", el renombrado novelista y escritor espiritual Frederick Buechner reflexiona sobre la figura de Judas, el hombre que traicionó a Jesús con un beso y luego se suicidó.
Buechner, quien perdió a su padre por suicidio, especula sobre las razones por las que Judas se suicidó. Refiriéndose a una antigua tradición eclesiástica, sugiere que quizás Judas eligió el suicidio por esperanza en lugar de desesperación; es decir, se sintió condenado y contó con la misericordia de Jesús después de la muerte, pensando que tal vez "el infierno podría ser su última oportunidad de alcanzar el cielo".
Luego, imaginando el descenso de Jesús a los infiernos, Buechner escribe: «Es una escena para evocar. Una vez más se encontraron en las sombras, los dos viejos amigos, ambos un poco más cansados después de todo lo sucedido, solo que esta vez fue Jesús quien dio el beso, y esta vez no fue el beso de la muerte». (Jeffrery Munroe, Reading Buechner, InterVarsity Press)
Como cristianos, como artículo de fe en nuestros Credos, creemos que después de su muerte Jesús «descendió a los infiernos». ¿Qué significa eso?
La concepción popular de esto en el lenguaje de nuestra catequesis, en nuestra iconografía y en la piedad cristiana, podría resumirse así: después del pecado de Adán y Eva, el «pecado original», las puertas del cielo se cerraron, de modo que, desde la época de Adán y Eva hasta la muerte de Jesús, nadie pudo ir al cielo. Sin embargo, en su muerte, Jesús expió nuestros pecados y, durante el tiempo transcurrido entre su muerte el Viernes Santo y su resurrección el Domingo de Pascua, él fue a el lugar del inframundo, al Seol, donde esperaban todas las personas buenas que habían muerto a lo largo de la historia, y él los condujo al cielo. Este fue su "descenso a los infiernos".
Sin embargo, sea cual sea la verdad literal de esa concepción popular, hay una poderosa verdad teológica que sustenta la doctrina. En esencia, es esta: el amor y la compasión que Jesús manifestó en su muerte tienen el poder de llegar al mismo infierno; es decir, no hay "infierno" (físico, psicológico o espiritual) que podamos crear que el amor de Cristo no pueda penetrar para sanar la herida que lo causó.
El amor, la sanación y el perdón de Dios pueden penetrar cualquier infierno que podamos crear y sanar la herida que causó ese infierno.
Esta es quizás la doctrina más consoladora, no solo del cristianismo, sino de todas las religiones. Cuando somos incapaces de ayudar a los demás o a nosotros mismos, Dios aún puede ayudarnos. Es por esta razón que los cristianos no creen en la reencarnación. No es necesaria. No necesitamos rehabilitarnos completamente para ir al cielo. Cuando nos sentimos impotentes, Dios aún puede hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.
Es un gran consuelo, porque no todos mueren felices. Muchos morimos con ira, amargura, sin reconciliarnos plenamente con los demás, con asuntos del alma pendientes. Y algunos morimos por suicidio, aprisionados en un infierno privado donde, debido a enfermedades y heridas más que por culpas morales, creemos que la muerte es nuestra única salida a la vida.
La doctrina del descenso de Jesús a los infiernos es particularmente útil para comprender cómo Dios se encuentra con quienes se suicidan después de su muerte. Durante demasiado tiempo hemos estado falsamente preocupados por esto, temiendo que el suicidio sea un grave fracaso humano y moral, un acto de desesperación, imperdonable (ciertamente en este lado de la eternidad). Sin embargo, en la mayoría de los casos, se trata de una enfermedad, una que no se elige libremente. Al igual que el cáncer, un infarto o un accidente, arrebata la vida a alguien en contra de su decisión. Por esta razón, se nos anima a dejar de usar la frase "se suicidó". Nadie "comete" cáncer ni "comete" un infarto. Sucumbe a él. Lo mismo ocurre con la mayoría de los suicidios.
Con esto en mente, podemos apreciar mejor la imagen que Frederick Buechner utiliza al especular sobre el suicidio de Judas y su encuentro con Jesús en el infierno.
En esencia, esta es la imagen de Buechner: tras traicionar a Jesús, Judas desciende a un infierno privado donde siente que lo que ha hecho no puede ser perdonado y está condenado a vivir para siempre en esa oscuridad. Esa falsedad, esa enfermedad, esa lógica fatalmente equivocada le dice que ir al infierno es su última oportunidad de ir al cielo. Así que se quita la vida. Tras su muerte, Jesús lo encuentra en las sombras de ese infierno descarriado y lo besa, no con condenación, sino con amor incondicional, comprensión y perdón.
Esta imagen, creo yo, puede ayudarnos a comprender lo que sucede en el suicidio: la lógica errónea de quienes se quitan la vida y el descenso amoroso, compasivo, perdonador e invitador de Dios a su infierno privado, donde creen que su muerte es un favor a sus seres queridos y que «el infierno podría ser su última oportunidad de ir al cielo».
Ron Rolheiser. OMI
www.ronrolheiser.com
