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Opinión

El verdadero negocio

Siete puntos

1. Cuando en 1983 el entonces presidente de los EUA, Ronald Reagan, propuso la Iniciativa de Defensa Estratégica, con el fin de diseñar un sistema que defendiera a su país de ataques nucleares, el imaginario colectivo lo apodó la guerra de las galaxias. Estábamos —mucha gente lo pensó— al borde de la Tercera Guerra Mundial, por el poderío de la todavía Unión Soviética. Yo me encontraba estudiando en Roma, Italia. Una tía, muy optimista, me recomendó regresarme a Monterrey si estallaba el conflicto, pues acá estaría a salvo; acá no se acabaría el globo terráqueo.

2. Como las olas del mar que se alejan de y se acercan a la playa, así son las predicciones sobre el fin del mundo. Unas de origen filosófico-teológico, como el milenarismo que lo colocaba en el año 2000; otras, de análisis geopolítico, por las incursiones militares de los EUA en Irak (1990), Afganistán (2001), otra vez Irak (2003), Gaza (2024) y, en este momento, Irán. En todos los casos, con menor o mayor alarmismo, analistas internacionales han profetizado el colapso de la humanidad por la posible participación en el conflicto de potencias como Rusia, China o Europa.

3. No ha sido así. Con terrorífica periodicidad, los EUA insisten en intervenir para dirimir controversias locales: ya por diferendos étnicos o religiosos, ya por disputas territoriales y luchas por recursos naturales, ya para influir en procesos electorales, y con la bandera de llevar la democracia a esas naciones. El imperio del Tío Sam se considera el vigía del universo y no duda en facilitar o multiplicar batallas nativas para magnificar el verdadero negocio de las guerras actuales, que tiene dos claras manifestaciones: una política y otra económica.

4. La política. Para los griegos, que imaginaron esta actividad como la búsqueda del bien común, con gobernantes virtuosos y ciudadanos capaces de elegir a sus mejores líderes, las faunas políticas —con Trump a la cabeza— en casi todo el mundo distan mucho de ese perfil. Son mentirosas, peleoneras, carentes de sensibilidad ante los migrantes, groseras, irrespetuosas de las leyes, pendencieras. Pero lo peor no es eso, sino que tienen simpatizantes a quienes les agrada tal comportamiento y aplauden sus escaramuzas bélicas. Ellos las llevaron al poder, y con estos alardes mantienen su simpatía, aunque tengan al mundo en vilo.

5. La economía. Las fábricas de armamento están de plácemes. Irán, Gaza, Ucrania, Yemen y un largo etcétera son sitios en los que abundan todo tipo de drones, armas químicas, misiles de mediano y largo alcance, sin hablar de otros sistemas más sofisticados y amenazantes, como son las herramientas nucleares. Quien produce esos pertrechos necesita venderlos; de ahí que la colusión con gobernantes corruptos, promotores de conflagraciones bélicas, sea muy sencilla. Les interesa vender, aun a costa de las innumerables muertes humanas que ocasionan.

6. El negocio del que se cree policía mundial, entonces, no es provocar una guerra nuclear, una tercera conflagración mundial o, de plano, el fin del planeta. No le conviene. El verdadero business es económico y político. Las guerras activan esos dos motores que ponen en marcha sociedades excluyentes, cada vez más egoístas, a las que solo les importa su propio bienestar. Pero no. No hay que preocuparse. No se va a acabar el mundo por estas guerras. Aunque no sé si sea más preocupante que esta humanidad siga como está, con estos gobernantes y estos ciudadanos.

7. Cierre icónico. Leo en El País un artículo de Alicia Richart sobre un nuevo símbolo de estatus. La autora sostiene que quedaron atrás las épocas en que poseer un auto de lujo, un reloj costosísimo o una villa en la Toscana diferenciaba a los más ricos de los no privilegiados. Hoy, los poderosos alardean una edad biológica menor que la cronológica, lograda a base de medicina preventiva, genómica personalizada y monitoreo constante de biomarcadores. Estamos en una era postmaterial, en donde los objetos ya no impresionan tanto como la vitalidad que proyectamos.

José Francisco Gómez Hinojosa
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey

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