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Opinión

El Gran Quiebre: México desafía a China y redefine el futuro industrial del país

Columna Invitada

La nueva ola de aumentos arancelarios contra las importaciones chinas ya no es un caso aislado. México acaba de sumarse con un “muro” de tarifas de hasta 50% sobre más de 1,400 fracciones de países sin tratado comercial, donde China concentra más de 70% del valor importado. Desde 2026, autos, autopartes, acero, textiles, plásticos, electrodomésticos y calzado pagarán mucho más por cruzar la aduana mexicana.

El argumento oficial es proteger el empleo y reconstruir capacidades productivas. En 2024, el comercio bilateral México–China superó los $139,000 millones de dólares, con un déficit de casi $120,000 millones a favor de China, reflejo de una dependencia fuerte de insumos baratos y bienes intermedios. Esa asimetría se trasladó a fábricas mexicanas que ensamblan con partes chinas para exportar a Estados Unidos bajo el paraguas del T-MEC. Hoy esa ecuación entra en revisión: menos importaciones baratas significan, al mismo tiempo, más espacio para la industria local pero también presión sobre los costos de exportación.

La medida mexicana se inserta en una tendencia global. Estados Unidos elevó el arancel a vehículos eléctricos chinos hasta 100% y endureció los gravámenes a baterías, acero, aluminio y equipos médicos, argumentando competencia desleal y sobrecapacidad en sectores verdes. La Unión Europea, por su parte, impuso derechos compensatorios de entre 17% y más de 30% a los autos eléctricos chinos por subsidios incompatibles con las reglas de la OMC. El mensaje es claro: ya no se tolera la combinación de músculo industrial chino y precios de “derribo” que desplazan a las industrias locales.

Pero las tarifas son un bisturí de doble filo. Por un lado, dan oxígeno a sectores mexicanos presionados por la competencia en acero, textil o calzado, que durante años reclamaron un terreno de juego más nivelado. Por otro, encarecen insumos clave para industrias exportadoras —automotriz, electrodomésticos, plásticos— que compiten centavo a centavo en el mercado norteamericano. Un aumento de costos mal calibrado puede restar competitividad, frenar inversión y alimentar presiones inflacionarias, justo cuando la economía muestra señales de enfriamiento.

Más que celebrar o condenar los aranceles, la pregunta de fondo es qué haremos con la ventana de protección que abren. Si el “muro” sólo sirve para subir precios al consumidor sin una estrategia industrial clara, se habra desperdiciado la oportunidad. Si, en cambio, se acompaña de crédito productivo, innovación tecnológica, encadenamientos regionales y reglas firmes de origen en el T- MEC, México puede transformar parte de esas importaciones en producción local y nearshoring de mayor valor agregado.

Los aranceles, por sí mismos, no sustituyen la falta de política industrial ni corrigen décadas de rezago tecnológico. Son un semáforo en rojo que obliga a frenar, mirar el mapa y decidir la ruta. La verdadera disyuntiva para México no es China sí o China no, sino si queremos seguir siendo un país que importa barato y ensambla para otros, o uno que usa la presión arancelaria como palanca para construir capacidades propias. Lo segundo exige algo más que decretos: visión de estado, consistencia regulatoria y disciplina de largo plazo.

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