1. En todos los comicios políticos surgen voces que llaman a la abstención. Las razones van desde la flojera hasta la crónica incredulidad en la validez del hecho, pasando por quienes consideran que la caballada está flaca y no encuentran ni candidatos ni partidos satisfactorios. Esta tesis es rebatida por los promotores de la participación, quienes nos recuerdan el derecho-deber de votar que tenemos los ciudadanos, y hasta apelan al compromiso cristiano de participar en política para los creyentes, basado en la muy olvidada, aunque siempre vigente, dimensión social de la fe.
2. Pero en el evento del domingo 1 de junio, en el que se llevarán a cabo las elecciones para diversos cargos del Poder Judicial de la Federación, este fenómeno ha cobrado una inusitada y particular relevancia. Los más optimistas pronostican una votación de apenas un 10% —es decir, un abstencionismo del 90%—, debido a múltiples factores: apresuramiento en su preparación; pocas casillas a disposición; dificultad para conocer a los múltiples candidatos, pues son 881 posiciones a elegir; y, quizá la más importante, la novedad del procedimiento y la confusión para el votante.
3. Quienes hablan de votar como un sacramento cívico nos invitan a no dejar en manos de los demás una decisión tan importante; recuerdan que somos responsables de elegir a las autoridades que nos gobernarán, sobre todo en el terreno judicial; convidan a aprovechar la oportunidad —en caso de que nos decantemos por personajes opositores al actual régimen— de equilibrar el ejercicio del poder, evitando que la clase gobernante se quede con todo; llaman a impedir, siguiendo ese análisis, el mal mayor: un Poder Judicial en manos del gobierno y no independiente.
4. Emitir nuestro sufragio, se nos insiste, ayuda a fortalecer el trabajo de la oposición en el Congreso de la Nación —o a afianzar a la mayoría oficialista—; a mantenernos firmes en nuestras posiciones políticas, apostando, como siempre lo hemos hecho por la izquierda, la derecha o el centro —si es que estas definiciones todavía son válidas—; a mandar mensajes con nuestra decisión, buscando la permanencia o la alternancia. Votar, también, nos permite reconciliarnos con nosotros mismos cuando nos hemos sentido ciudadanos apáticos y desinteresados en el bien común.
5. Pero del lado abstencionista también hay razones esgrimidas por quienes la promueven. Sostienen que, participando con nuestro voto en esta ocasión, estaríamos convalidando una farsa, respaldando que ganen los más populares y no los más competentes; aprobaríamos la podredumbre de este proceso, viciado desde sus orígenes; seríamos cómplices del objetivo fundacional del evento: la venganza del presidente anterior, molesto porque los máximos juzgadores no acataron sus deseos. Le haríamos el juego, en suma, a Morena y sus aliados.
6. La moneda, entonces, está en el aire. Si decide votar, hay que hacerlo con responsabilidad y conociendo bien las propuestas, aunque ello sea muy difícil en esta ocasión. Si prefiere abstenerse en conciencia, recuerde que, de acuerdo con la moral cristiana, debe sustituir su renuncia a ese derecho-deber con una acción significativa, equiparable a aquello que deja de hacerse. A final de cuentas, necesitamos insistir en que no nos hace más democráticos elegir a los jueces, magistrados y ministros por voto popular, pues ello no agota a la democracia. Hay que participar siempre.
7. Cierre icónico. Mañana, sí, mañana viernes, es la presentación de mi reciente libro La pastoral del Papa Francisco en diálogo con la Filosofía Intersubjetiva. Coincidencias y desafíos, publicado por PPC Madrid-México. Me harán el favor de comentarlo Mons. Rogelio Cabrera López, la Lic. Martha Silvia Lemus Escamilla, Mons. Luis Eduardo Villarreal Ríos y el Pbro. Dr. Vicente Díaz Aldaco. La cita es en el auditorio Juan Pablo II de la Curia Arzobispal, a las 7 p.m. La entrada es gratuita, pero hay que registrarse en: https://forms.gle/HEQvJWoEj36A6gHY8. Ahí nos vemos.
