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Opinión

Entremos en el desierto

Las cartas sobre La mesa

Escuchamos este fin de semana cómo Isaías pide a su pueblo vivir con actitud de “alegría”, porque ya terminó el tiempo de la servidumbre, ya llega el Señor, es el tiempo de prepararle el camino. Invita al pueblo, usando la imagen del desierto, a preparar el camino en este lugar, donde serán capaces de ver como Dios se manifestará, lugar de silencio y ambiente propicio para la reflexión interior.

Los primeros cristianos se preguntaban, frecuentemente, ¿por qué el Señor tarda en regresar? San Pedro los invita a esperar su venida construyendo una vida recta, un cielo nuevo, una tierra nueva. Es un hecho que Dios nos tiene paciencia, no quiere que nadie perezca, nos da la oportunidad y el tiempo necesario para la conversión, viviendo en el desierto de la oración y el cambio interior.

En el Evangelio se nos presenta el perfil y la misión de Juan el Bautista, es un hombre austero y tiene una misión importante, preparar el camino al Mesías, predicando la conversión de corazón. Juan aparece en el desierto, lugar donde se puede reconocer y aceptar la intervención salvadora de Dios, lugar donde se logra tener la experiencia purificadora y meditativa, alejados de todo lo externo y ayudados del silencio necesario para el encuentro con Dios, donde escuchamos esa voz del desierto que nos invita al cambio y crecimiento interior.

La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. Nuestra vida, desde la mañana a la noche, está llena de trabajos y tareas, de compromisos, de contactos y relaciones, de ruido, tráfico, VhatsApp, tensión nerviosa... Podemos llegar a pensar que más que vivir somos “vividos” por el dinámico trajín de cada día. ¿Cómo vivir? ¿Cómo ser nosotros mismos en plenitud? ¿Cómo infundir espíritu al trajín cotidiano, no poco materialista y ramplón? Tenemos necesidad de “desierto”. Y somos nosotros mismos quienes podemos y tenemos que construirlo con paciencia, voluntad y gracia de Dios. Dentro de nuestro “desierto” será más fácil prepararnos bien para la Navidad, para la sorpresa que Dios nos tenga preparada.

Vemos en las lecturas de la Sagrada Escritura, como Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día con día. Los hombres, sin embargo, no siempre captamos la intervención divina ni nos dejamos conducir por ella, por eso necesitamos adentrarnos en el “desierto”. Sólo en el “desierto” los hombres nos damos cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay valles que elevar, colinas que abajar y caminos torcidos que enderezar, a fin de regresar otra vez a la tierra prometida. Sólo en el “desierto” escuchamos la predicación de Juan Bautista, nos convertimos y recibimos el bautismo de agua, preparación del bautismo con el Espíritu Santo, propio de los discípulos de Jesús. Dios continúa en nuestros días su intervención en la vida de cada uno de nosotros y de los pueblos. Será imposible reconocer y aceptar tal intervención, si no se vive la experiencia purificadora y meditativa del “desierto” , del silencio, de la serenidad, ambiente necesario para el autoanálisis y examen personal.

Aprendamos en este periodo a tener momentos de “desierto”, a disfrutar de momentos de serenidad y silencio, propios del “desierto”, donde nos vamos empapando del amor y cariño de Jesús, del sentido del tiempo, del valor de la vida, de lo que realmente trasciende… Jesús viene con poder para sanarnos, liberarnos del pecado y de sus secuelas. En el “desierto” descubrimos que Jesús no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan. En el “desierto” vemos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta buena y religiosa.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.

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