Dadas las condiciones poco propicias para el desarrollo de una vida digna, sana y plena en todos los órdenes que norman la conducta de una sociedad que, en la actualidad, transcurre en un ambiente sumamente convulso y riesgoso. En profunda introspección de la cruenta realidad de nuestros días, uno se pregunta: ¿en qué momento los caminos se desviaron para llevarnos al difícil, triste y actual sitio en el que ahora mismo estamos?
Complejos, costumbres, traumas, ambición, malicia, poder, avaricia y un montón de factores pueden ser el origen de que le vida —virtuoso milagro del Creador con el que hemos sido dotados— sea cada vez más difícil de transitar en los caminos de la sociabilidad, la paz y la armonía, aún ahora que, se supone, somos una sociedad más civilizada y tecnológicamente avanzada.
¿En qué momento, pues, perdimos el rumbo bueno de la vida, donde el significado de la misma se traducía en vivir plenamente, en consonancia con la naturaleza de nuestro mundo, donde el respeto hacia los demás era norma que regía la formación de nuestras sociedades y que hoy, más que nunca, se destroza en la aplicación de aquella mexicanísima frase del populacho que reza en el sentido de que “el que no tranza no avanza”?
Y es que esta coloquial frase aplica en el interior propio de una malsana cultura, arraigada en la sociedad, que la usa con cierta gracia para justificar sus cuestionadas acciones, en aras de colocarse, aprovechándose del madrugete, de la desigual y tramposa ventaja sobre y encima de los demás. Y esto lo vemos todos los días en el transcurso de nuestras vidas. Por ejemplo, en la ordenada fila del tráfico vehicular, que viene a ser descompuesta por el apurado irrespetuoso que se atraviesa, a coro de las mexicanísimas mentadas maternales, para tomar un lugar que según los reglamentos, las normas y el respeto, no le corresponde.
Así también estas manifestaciones abusivas se presentan en la fila del súper, en las que se hacen para tomar el camión, en el banco, en la estación de gasolina y en todos los lugares donde confluye la gente que sabe respetar la asignación de su sitio, con otra gente que sabe —y se lo sabe muy bien— no respetar el sitio de otra gente que llegó al lugar antes que ella misma.
Y quizás estos ejemplos son, de los males, los menores del “¿en qué momento perdimos el rumbo bueno de la vida?”, pues si nos vamos a niveles más elevados en el análisis de la cuestión, debemos preguntarnos, con sobrada honestidad: ¿en qué momento perdimos la capacidad de analizar la consecuencia de nuestras ricas, abundantes, pobres o mediocres acciones cívicas, sociales y culturales que, por obvias razones, han sido desacertadas y que nos tienen sumidos en el lamento de nuestra propia defenestración.
¿En qué momento perdimos el control de nuestras sociedades, de nuestros centros educativos, de nuestras comunidades? ¿En qué momento cedimos el poder de la unión de nuestros pueblos al crimen, a la mafia, a las drogas, al alcohol, a los políticos deshonestos, incapacitados, incompetentes y corruptos?
¿En qué momento perdimos el control de nuestra propia moral, de nuestras buenas costumbres, de nuestros valores sociales, de nuestras virtudes humanas, de nuestra capacidad de decidir en la individualidad propia y no en la de un acordeón?
¿En qué momento nos permitimos el retroceso de convertir a nuestras sociedades en comunidades cavernícolas, donde el más grande le pega al chico, donde el que no tranza, no avanza, donde rige la ley de la selva, donde el crimen, la corrupción y la desaparición —en la separación de poderes— nos quiere gobernar? ¿En qué momento, estimado lector... en qué momento?
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, a quien recordamos con mucho cariño con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
