El dólar se desploma hacia los $17 pesos… y te están ocultando por qué
Inteligencia Financiera Global
Durante décadas, a los mexicanos nos acostumbraron a temerle al dólar caro. La palabra “devaluación” quedó tatuada en la memoria colectiva como sinónimo de crisis, pobreza y desastre económico. Basta con que el tipo de cambio suba para que resurjan los fantasmas de los ochenta y los noventa. Esa óptica puede llevar a la conclusión equivocada de que, si el precio del dólar se abarata, la economía está sólida y goza de buena salud. Evidentemente, ese marco mental está equivocado. Pero no solo es obsoleto: es peligroso.
He sido claro y consistente: no soy de los que anuncian un dólar en $30, $40 o $50 pesos. Todo lo contrario. Desde hace meses adelanté públicamente que el tipo de cambio podía dirigirse hacia la zona de los $17 pesos por dólar. Hoy ya estamos cerca de los $18, y es altamente probable que ese piso se rompa en cuestión de horas o días. No sería la primera vez: antes de las elecciones pasadas, el tipo de cambio ya había tocado niveles de $16.80–$16.90.
Sin embargo, aquí está el punto que muchos se niegan a entender: un peso fuerte no significa un dinero fuerte. El error es confundir tipo de cambio con valor real del dinero. El tipo de cambio puede bajar, el dólar puede abaratarse y, aun así, el valor del dinero estar muriendo frente a nuestros ojos.
Hay que decirlo con claridad: hablar de “devaluación” como sinónimo de un dólar disparado es un concepto del siglo XX. México ya no vive bajo un tipo de cambio fijo que se decretaba de un día para otro. Hoy operamos con una flotación sucia o semiflotante en la que, cuando la volatilidad es excesiva, el Banco de México interviene para suavizar movimientos. Por eso, si quieren hablar con precisión, no digan “devaluación” del peso como si estuviéramos en 1982 o 1994. Hoy el peso se aprecia o se deprecia.
Pero que el peso se aprecie no significa que no haya devaluación. La devaluación real es otra: la pérdida de poder adquisitivo del dinero. Es pagar más por lo mismo. Es ver cómo suben alimentos, transporte, renta, colegiaturas y servicios sin descanso. Si hace años con un billete comprabas “X” y hoy necesitas el doble para llevarte lo mismo, ahí está la devaluación. Y esa devaluación es grave, persistente y, en muchos sentidos, histórica.
Lo que pocos quieren aceptar es que el principal enfermo hoy no es el peso: es el dólar. El dólar dejó de ser “tan bueno como el oro” hace muchísimo tiempo y ahora atraviesa su propia devaluación estructural. Por eso puedes ver un peso “fuerte” al mismo tiempo que todo sube de precio. No es contradicción: es la realidad de un sistema monetario basado en la expansión continua de deuda y crédito.
Los datos recientes en México lo confirman. La inflación subyacente, la que marca tendencia, está por encima del rango superior del Banco de México. Eso significa una cosa simple: los precios van para arriba. Y, aun así, Banxico insiste en recortar tasas de interés. Esto no es un detalle técnico: al bajar tasas se castiga al ahorrador, se estimula el crédito, se incentiva el endeudamiento y se alimenta la inflación. A partir de 2026, además, viene otro golpe al ahorro: una retención de 0.9% sobre el capital, no sobre los intereses. Un impuesto anticipado que, en términos prácticos, castiga a quien intenta protegerse.
¿Para qué tanta prisa por bajar tasas si la inflación de tendencia no cede? Para abaratarle el costo financiero al gobierno. Cuando compras instrumentos gubernamentales, le prestas dinero al estado. Si bajan tasas, el gobierno paga menos intereses.
El problema es que ese “ahorro” no se traduce en disciplina fiscal. El déficit sigue cerca del 4% del PIB, no en el 3% prometido.
Se amplía el gasto corriente, se amplían las transferencias, se amplía deuda… y se amplía la inflación. Al final, el consumidor y el ahorrador pagan la cuenta.
Y mientras todo esto ocurre, la economía mexicana permanece estancada. Crecimiento cercano a cero con inflación persistente es lo que se conoce como estanflación (estancamiento con inflación).
Esa es una palabra incómoda para cualquier gobierno y para quien tiene que quedar bien con él por conveniencia. Por eso muchos la evitan. Pero el diagnóstico no cambia porque alguien no quiera pronunciarlo.
Si bajan y bajan las tasas de interés, aumenta el gasto y, aun así, no creces, el problema no es el costo del crédito ni la falta de presupuesto: es la falta de confianza, la baja inversión, el entorno institucional adverso, la inseguridad y la ausencia de estado de derecho que espanta la inversión. Y sin inversión nacional y extranjera suficientes no hay crecimiento económico ni aumento en la productividad; sin mayor productividad ni crecimiento no hay aumento en los salarios reales; sin aumento en salarios reales el consumo se sostiene solo con deuda, y eso alimenta más inflación. Todos los caminos conducen al alza permanente de los precios.
La conclusión es incómoda, pero ineludible: el tipo de cambio no te va a salvar. Un peso fuerte no protege a nadie cuando el sistema monetario sigue erosionando el valor del dinero. El error más común es mirar la pantalla del dólar y creer que ahí está la respuesta, cuando el verdadero deterioro ocurre todos los días en el supermercado, en la renta, en el ahorro y en el futuro financiero de las familias mexicanas.
La discusión relevante no es si el dólar baja o sube algunos centavos, sino si nuestro dinero conserva su capacidad de compra. Y hoy la respuesta es clara: no la conserva. En un país atrapado en la estanflación, seguir midiendo la salud económica con el tipo de cambio es una forma cómoda de autoengaño. Entender esta realidad no es alarmismo ni postura política: es un acto de responsabilidad. Porque, en un entorno como el de México, ignorar las reglas reales del dinero no es neutralidad; es aceptar, en silencio, el empobrecimiento gradual. Y ese es un costo que no deberíamos estar dispuestos a pagar.
