La inflación no es solo una cifra abstracta en los reportes del Banco de México; es una fuerza silenciosa que erosiona día a día el poder adquisitivo de las familias, especialmente de las más vulnerables. En 2022, México enfrentó una de las tasas inflacionarias más altas en dos décadas, alcanzando un pico del 8.7% anual en agosto.
Aunque en 2023 mostró una tendencia a la baja, en mayo de 2025 la inflación general repuntó ligeramente a 4.22%, manteniéndose aún por encima del objetivo del 3% del Banco de México.
Este fenómeno tiene múltiples causas: desde el aumento global en los precios de energía y alimentos, hasta disrupciones en las cadenas de suministro pospandemia. En el caso mexicano, factores internos como los incrementos al salario mínimo, aunque socialmente justificados, también han presionado al alza los costos. La política monetaria ha intentado frenar estos efectos mediante tasas de interés elevadas, que actualmente se mantienen en niveles restrictivos, afectando el acceso al crédito y enfriando el consumo.
Pero detrás de los datos fríos hay realidades humanas. Un kilo de tortilla que costaba 12 pesos en 2020 hoy ronda los 22 pesos en muchas zonas del país. La canasta básica ha subido más del 25% en cinco años. Para millones de mexicanos, esta inflación se traduce en menos comida, menos salud, menos oportunidades. Y mientras las grandes empresas ajustan precios y márgenes, los pequeños negocios y los trabajadores informales sufren pérdidas irrecuperables.
Además, la inflación golpea la confianza social. Cuando las personas ven que su dinero ya no alcanza, se debilita su esperanza en el sistema. El aumento del costo de vida sin una mejora proporcional en los ingresos genera frustración, polarización y hasta violencia. Por eso, la inflación no es solo un problema económico, sino un riesgo de gobernabilidad.
El gran reto es diseñar estrategias estructurales para combatirla: aumentar la productividad, mejorar la logística de distribución, fortalecer al campo mexicano e impulsar la educación financiera de la población. Combatir la inflación requiere visión de largo plazo, no solo parches momentáneos.
La gran reflexión es esta: la inflación no avisa, simplemente llega y lo cambia todo. Y si como sociedad no entendemos que su combate es tarea colectiva del gobierno, de la empresa y del ciudadano, entonces no solo se encarecerá el pan en la mesa, sino también el valor de nuestra cohesión y nuestro futuro.
