Cuando yo era niño, ya casi en edad de merecer, mi papá me llevó un día al cuarto de la casa donde estaba una biblioteca bien nutrida.
“Escoge y lee el libro que quieras; cualquiera de los que están ahí, menos ese, porque dice puras groserías y cuenta puras vulgaridades”.
Obviamente, escogí el libro de las groserías y las vulgaridades (lo de mi papá era plan con maña).
La novela se titulaba Se está haciendo tarde (final en laguna). Su autor se llamaba José Agustín y aún conservo el volumen como una de mis más preciadas joyas, ya bastante traqueteado por el empeñoso paso del tiempo.
Un día, ya de adulto, le conté la anécdota a José Agustín. Mi ídolo me regañó por no hacerle caso a mi papá (luego por eso no le va a uno bien en la vida) y me escribió una linda dedicatoria.
Desde entonces, he coleccionado y leído todos los libros de José Agustín. Algunos me gustan más que otros, pero el saldo es muy favorable.
Ayer se murió José Agustín y su partida me deja una sensación de tristeza y nostalgia profundísima (como diría él tan afecto a la hipérbole).
No hay ningún otro escritor que me haya marcado tanto como José Agustín.
Uno leía los clásicos, Flaubert, la novela del boom, la non-fiction, Faulkner, Onetti, Borges, Sartre y el Mailer de Los ejércitos de la noche.
Pero el senséi mayor, el gurú literatúrgico, la neta del planeta, era José Agustín.
Cuentan que a falta de masivos conciertos de rock, los chavos de mi generación, norteños, fronterizos y pobretones, sustituimos el stage de monitores y bocinas por las páginas de las novelas de José Agustín.
Conciertazos de 200 o 300 páginas. Rock progresivo que escuchabas con los ojos, las pupilas a todo volumen, las palabras como decibeles.
Yo leía a Carlos Fuentes pero me identificaba con los personajes de José Agustín.
Yo quería pensar en modo Octavio Paz pero sentir en mood José Agustín.
Los primeros artículos de bandas y estrellas de rock los leí con José Agustín.
La primera novela auténtica y genuina contra el machismo (Ciudades desiertas) la leí con José Agustín.
La primera novela profundísima en su relajo aparente la leí con Final en laguna (se está haciendo tarde): novela perfecta de José Agustín.
El primer programa cultural televisivo que me apantalló literalmente no fue el de Juan José Arreola sino el de José Agustín.
Las primeras críticas de prensa sobre rock en México, el primero que habló de El señor de los anillos en nuestro país y de las enseñanzas de Don Juan y de María Sabina y la mezcalina, fue José Agustín.
El primer libro que me contó como siempre quise que me contaran la historia moderna de este despiporre tragicómico llamado México, lo leí con José Agustín y se titulaba Tragicomedia mexicana, en tres volúmenes.
La primera historia de los fenómenos sociales alternos en nuestro país (hoyos fonki, Avándaro, las tribus urbanas, el rock azteca) lo leí en el libro: La contracultura en México de José Agustín.
La primera entrevista que le hice a un escritor consagrado, que no aparentaba ni se comportaba como escritor consagrado, fue a José Agustín.
Yo quería hablar y escribir a la manera docta y rebuscada de Carlos Monsiváis porque era más difícil hablar y escribir con la naturalidad desmadrosa de José Agustín.
Yo quería copiarme el género literario de José Agustín, seguro de que lo suyo era la abolición de todos los géneros porque prefería narrar la vida pura y llana, así nomás, como va.
Yo no quería que se muriera José Agustín. Que se mueran otros que escriben chafísimo y les dan todos los premios habidos y por haber.
Que se mueran los pedantes, los alzados, los pesados, los creídos, los pretensiosos.
A esos nadie los llorará cuando se mueran porque no le hacen falta a nadie.
Tú sí, maestrazo, eminentísimo sabio José Agustín.
Quédate en el plano que más te plazca del infinito universo.