Aunque el nombre de Matías se consigna en las sagradas escrituras por ser uno de los 70 discípulos y luego apóstol, elegido para reemplazar a Judas Iscariote después de que éste traicionara a Jesús, Matías —de origen hebreo— significa "regalo de Dios”. En tanto, el nombre de Ían, aunque no aparece directamente en la Biblia, tiene sus raíces en el nombre hebreo Yohanan, que es una variante escocesa del nombre Juan, y a través de esta conexión, comparte el significado bíblico de "Dios es misericordioso"
Y así, a través del significado contenidos en estos nombres, permítame platicarle de mis amados sobrinitos: José Matías, de siete años, e Ían Leonardo, de apenas tres; ambos de apellidos Reyna Cabrera. Ellos son dos pequeños niños que, en su fugaz infancia, gracias a su inocencia, sus sonrisas, su transparencia y su infinito amor genuino, limpio y puro, me han devuelto la ilusión y la magia de vivir y ser feliz. Su presencia, literalmente, le ha dado un fuerte sustento al significado de sus nombres, pues ellos dos son para mí un verdadero y auténtico “regalo de Dios”, y a través de ellos, Dios ha sido conmigo grandemente misericordioso.
El pasado fin de semana estuve con ellos, disfrutándolos como un niño. Jugamos futbol, nos subimos a los columpios, corrimos, nos escondimos, comimos, cenamos, bailamos, vimos caricaturas, y carcajeamos como enanos viendo Los Minions. En resumen, nos hemos disfrutado plenamente como auténticos niños, en cosas tan sencillas, tan sanas y simples de la vida, que, sí, están siempre a la mano en ese milagro de Dios que es la vida y que el Creador nos obsequió, pero que, por la cotidianidad, el acelere y el estrés de nuestros días en el tránsito de este mundo real, dejamos pasar.
Y es que, en el pequeño mundo infantil, los niños viven en estado de gracia dentro de una fascinante atmósfera de magia, para crear fantasías, historias y sueños; para emocionarse, ilusionarse y transformarse en seres plenos, absolutos y libres de todo prejuicio, daño y maldad de un mundo difícil, cruento y real, como lo es el mundo nuestro: el mundo de los adultos, el de los mayores.
Como adulto, resulta difícil entender al mundo actual, un mundo más raro que el de Jose Alfredo, un mundo donde la mente enferma hace que unos se sientan superiores a otros; donde unos hacen la guerra y destruyen las bombas del otro con el argumento de evitar la propia guerra; donde el hambre y la pobreza son monedas de cambio para obtener el poder sobre las masas; donde los límites y las fronteras son palabras tan muertas como las soberanías y el respeto, cuando por debajo de la mesa el injerencismo habla.
Habitamos un mundo supuestamente maduro y “civilizado”, donde se registran por doquier guerras civiles, religiosas, militares, territoriales, económicas, culturales, arancelarias, criminales y un largo etcétera que ha venido a deteriorar grandemente la calidad, seguridad y esperanza de vida de toda la humanidad.
Hoy, como adultos, no solo nos preocupamos por nuestra chamba, por cómo arrimar el alimento a nuestro hogar, o cómo mantener protegida a nuestra familia, sino también por cómo sobrevivir a las balas colaterales del crimen, que, como mosquitos, pululan libremente en los trayectos y las vialidades en las que coexistimos.
Hoy nos preocupamos por la deslealtad de nuestros gobernantes, por la inseguridad, por el huachicol, por el fentanilo, por el crimen organizado, por las desapariciones, por los aranceles, por la desaparición de poderes, por las fronteras, por los costos de la gasolina, por el AIFA, por el Tren Maya, por la lista “Marco”, por la guerra en Ucrania, por la guerra Israel e Irán. Es decir, nos preocupan —casi nada— los temas económicos, comerciales, de seguridad y políticos, porque todos ellos, en conjunto y separadamente, tienen mucho, pero mucho que ver en la armonía, la paz y la tranquilidad de nuestras comunidades.
Por ello, el amor y cariño de José Matías e Ían Leonardo, al sumergirme en su mundo de magia e ilusión, son mi escudo contra todas las cosas malas, y mi abandono total del mundo real actual, en el que ojalá, un día no muy lejano, podamos cambiar para dejarles a estos y todos los niños las condiciones propicias para que puedan disfrutar de un mundo mejor, que, como un hermoso "regalo de Dios, ha sido misericordioso" con todos nosotros.
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, a quien recordamos con mucho cariño con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”.
Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.