La política monetaria mexicana avanza sobre un terreno donde la información es poder… y, paradójicamente, hoy ese poder está incompleto. El reciente cierre del gobierno en Estados Unidos dejó un vacío estadístico que complica la lectura fina de la economía norteamericana. En ese silencio de datos, la Reserva Federal enfrenta una de sus decisiones más inciertas; y Banxico, inevitablemente, también.
La inquietud por un ajuste más agresivo de la Fed ha generado presión inmediata en los mercados: las tecnológicas cayeron ante la expectativa de tasas más altas por más tiempo, los flujos se desplazaron a activos de menor riesgo y el dólar recuperó fuerza en un entorno de aversión global. Pero detrás de los movimientos bursátiles se esconde un dilema profundo: ¿cómo evaluar la trayectoria de la política monetaria si falta la brújula de los indicadores clave de la economía estadounidense?
Para México, el reto es doble. Banxico debe equilibrar su mandato de estabilidad de precios con los riesgos externos que no controla. Mientras la inflación local muestra señales de desinflación gradual, el margen para recortar tasas sigue siendo estrecho. Un error de cálculo podría presionar al tipo de cambio, encarecer importaciones y complicar la batalla desinflacionaria.
Y aquí surge la tensión estratégica: si Banxico actúa demasiado pronto, corre el riesgo de desacoplarse del ciclo de la Fed y provocar volatilidad cambiaria; si actúa demasiado tarde, prolonga condiciones financieras restrictivas que enfrían el crédito, la inversión y el consumo en un país donde el crecimiento ya es frágil.
El vacío de información en Estados Unidos obliga a ambos bancos centrales a navegar “a ciegas”, pero para México la oscuridad es más profunda: nuestro ciclo depende del de ellos. En un mundo hiperconectado, un retraso en las cifras laborales o de inflación estadounidenses puede alterar el pulso de todo el sistema financiero mexicano.
La lección es clara: la política monetaria ya no solo se trata de tasas, sino de gestionar incertidumbre. Banxico deberá moverse con precisión quirúrgica, sosteniendo la confianza del mercado sin frenar innecesariamente la actividad económica. La Fed decidirá entre intuición y prudencia; Banxico decidirá entre autonomía y sincronía.
Lo cierto es que la estabilidad no será fruto de la información perfecta —porque hoy no existe—, sino de la capacidad de anticiparse a un escenario donde las bolsas reaccionan con nerviosismo, los inversionistas exigen claridad y el mundo exige bancos centrales capaces de pensar más allá del dato perdido.
