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Opinión

La cuaresma es la oportunidad para cambiar

Las cartas sobre La mesa

El libro del Génesis narra la alianza que Dios hizo con su pueblo en la persona de Noé. Después del diluvio, consecuencia del pecado del hombre, Dios se compromete a no volver a exterminar la vida. La salvación que Dios realizó con Noé y su familia, después del diluvio, es un recuerdo de su alianza salvífica con toda la humanidad.

Pedro anima a las primeras comunidades, en una catequesis bautismal, a valorar el bautismo y vivir con una buena conciencia ante Dios. El arca de Noé, arca de salvación, es imagen del bautismo, por el cual el cristiano participa de la salvación que Jesús ha traído a los hombres mediante su muerte.

En el evangelio leemos el momento en el que Jesús se retira a orar y enfrenta al demonio con sus tentaciones. El demonio busca hacer tropezar a Jesús, pero la actitud que toma Jesús de oración, de sacrificio y el alimentarse constantemente de la Palabra de Dios, un ejemplo que nos ayuda a entender como hacer frente a esta realidad de la vida que busca sacar lo peor de nosotros mismos. Jesús es el nuevo Adán, que en el desierto de la tentación y de la oración, salva al hombre de sus tentaciones y de su pecado, y le llama a entrar mediante la conversión y la fe en el Reino de Dios.

Convertirse y creer en el Evangelio es ponernos delante de nuestra realidad y de las necesidades de los demás. El papa Francisco nos anima a detenernos y entrar en oración y actitud contemplativa en estos días preparatorios para la Semana Santa, y así “acoger la Palabra de Dios y al hermano herido como el samaritano”. Dice el Papa: “Es tiempo de actuar, y en cuaresma actuar es también detenerse.

Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido.

El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará”. Este es el camino del cambio, el camino de la conversión, el camino de la renovación personal.

El Evangelio resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. “Conviértanse y crean en el Evangelio”. La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesús; es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de que Jesús nos presenta en el Evangelio, enfocado a vaciarnos de nosotros mismos y encontrarnos con los demás.

La verdadera conversión no sólo es interior, sino que requiere hacerse visible en la vida de familia, en el trabajo profesional, en las relaciones con la sociedad. Tal vez haya hoy que decir a los hombres, a los mismos cristianos que convertirse no es pecado. En definitiva, es un ejercicio de sinceridad a toda prueba, incluso a prueba de dolor y a costa del prestigio humano.

No es pecado reconocerse pecador y querer cambiar, caminar por un sendero diverso al andado, volver quizá a comenzar la vida después de muchos años de existencia. Arrancar el miedo a la conversión, como si se tratase de algo imposible, es uno de los objetivos de la Cuaresma.

Dice el papa Francisco: “Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud”.

Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad”.

Como Jesús que este tiempo nos ayude a recuperar la libertad que Dios nos dio en el bautismo y a deshacernos de todo lo que nos esclaviza a la tierra y cosas pasajeras.

Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, ruega por nosotros.

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