Opinión

La economía invisible que ya mueve al mundo

Sección Editorial

  • Por: Guillermo Barba
  • 18 Agosto 2025, 00:01

Durante gran parte del siglo XX, el valor empresarial se medía por lo que podía tocarse: terrenos, maquinaria, inventarios y edificios. Sin embargo, en la economía contemporánea ha surgido un cambio estructural que contradice a quienes aún defienden que solo los activos físicos tienen “valor real”.

Hoy, la evidencia muestra que la riqueza y la competitividad se apoyan cada vez más en bienes intangibles: propiedad intelectual, marcas, software, datos y capital humano. Estos generan valor muy por encima de lo que podían lograr los activos tangibles tradicionales.

Según The Financial Times, hace 50 años los activos del S&P 500 eran mayoritariamente físicos. Hoy, alrededor del 90% son intangibles, de acuerdo con la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI).

En 2024, Estados Unidos invirtió 4.7 trillones de dólares en activos intangibles, casi el doble de la suma de Francia, Alemania, Reino Unido y Japón juntos. La mayor economía del mundo se ha convertido en un ecosistema impulsado por ideas, algoritmos y redes, más que por hornos o ensambladoras.

Concentración y riesgos

Los intangibles son escalables: requieren altos costos iniciales, pero tienen costos marginales casi nulos. Un software, una vez creado, puede reproducirse indefinidamente sin gastos adicionales, y los efectos de red aumentan su valor con cada usuario adicional.

Este modelo ha concentrado el poder económico en pocas manos. Según McKinsey Global Institute, apenas 5% de las empresas estadounidenses generó el 78% del crecimiento positivo de la productividad entre 2011 y 2019. Las diez mayores empresas concentran el 40% de la capitalización del S&P 500 y el 33% de sus beneficios, con los “Magnificent 7” como protagonistas.

La dependencia de un grupo reducido de corporaciones también introduce riesgos: volatilidad elevada, dificultad para usar intangibles como garantía crediticia y alta sensibilidad a tasas de interés. Además, su valoración es incierta y puede cambiar drásticamente por factores regulatorios, competencia o adopción de mercado.

¿Sobrevaluación o “error” contable?

Algunos analistas ven en el S&P 500 señales de burbuja, pero parte de la “sobrevaluación” es estadística: la contabilidad trata a los intangibles creados internamente como gasto, distorsionando métricas como el valor en libros o el precio/ganancias.

La OMPI calcula que los intangibles no medidos equivalen a 2.7 billones de dólares y que, de incluirse, habrían sumado 0.2 puntos porcentuales a la productividad laboral estadounidense entre 2010 y 2024, reduciendo en hasta un 50% la percepción de sobrevaluación.

Conclusión desde el entendimiento del valor

El análisis anterior es útil para entender que el valor es, en esencia, una construcción subjetiva. No depende de “lo útil” o de la “cantidad de trabajo invertido”, sino de la apreciación de la mente humana hacia un bien, sea por utilidad, gusto, preferencia, moda o por cualquier otra razón, sin importar que el bien en cuestión tenga una existencia material o no.

Dos activos resultan clave para el entendimiento de lo anterior: el oro y el bitcoin.

El oro es quizá el ejemplo más claro de la realidad del valor desde algo físico, material: para algunos es solo una “piedra” brillante e inútil, pero su valor reside en que, de manera universal, la humanidad lo reconoce como valioso, y nada ni nadie le puede quitar esa cualidad. Ninguna explicación “racional” puede borrar ese consenso, y ningún activo nuevo —físico o digital— puede sustituirlo “borrar” su valor. Ni siquiera el bitcoin como sus apologistas radicales predican.

En el otro extremo está justo el “oro digital”, el bitcoin, a quien muchos tradicionalistas acusan de ser un activo intangible “sin valor real” y “sin respaldo”, siendo que es el valor atribuido por cada vez más personas lo que está “detrás” de él.

Ambos, el oro y el bitcoin, encarnan desde polos opuestos la prueba de cómo la mente humana atribuye y crea valor, impulsa la prosperidad y moldea los cimientos de las economías. Y ambos, por esa misma razón, seguirán siendo piezas complementarias e indispensables en la cartera de los inversores más inteligentes, junto a otros instrumentos. 

Mientras tanto, resulta evidente que el universo de lo intangible constituye un área de oportunidad de negocios infinita, ideal para las mentes creativas más osadas de nuestro tiempo. Una invitación abierta al emprendimiento.

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