¿Se está terminando la era del capitalismo y de la economía de mercado como la conocemos, para entrar a una nueva “Edad Media”, donde el sistema económico dominante será un “feudalismo digital” dirigido por unas pocas manos?
La provocadora pregunta que planteo aquí parte de las conocidas —y polémicas— ideas del profesor de economía, político y bloguero griego Yanis Varoufakis.
Un tema apropiado para reflexionarse en esta semana corta, inevitablemente menos productiva y desacelerada por el asueto del mes patrio.
A ver… Varoufakis plantea que el libre mercado está muriendo. Y no como víctima de un Estado obeso y centralista, como lo fue el estado soviético comunista, o como se configuraba China antes de apostarle a la economía de mercado… No.
Sino como víctima de la nueva fase del propio capitalismo, impulsada por las posibilidades tecnológicas de la conexión total a internet y la creación de las “megaplataformas” en las que ocurre, cada vez en mayor medida, el grueso de nuestras interacciones comerciales.
Cuando menos nos dimos cuenta, unas cuantas empresas —convertidas en las “megaplataformas digitales”— controlan nuestra cotidianidad: Amazon para las compras de artículos; Rappi y Uber Eats para la comida; Uber para el transporte; Apple, Microsoft y Google en la interacción con el conocimiento (y con las propias plataformas); Meta, Tiktok y X para la información y el entretenimiento.
Y las tarjetas bancarias, en medio de todo, como siempre.
¿Y qué hay de especial en ello?, preguntará usted.
Bueno, que, de repente, sin haberle puesto mucha atención, resultó que nos volvimos en extremo dependientes de estas pocas plataformas digitales, que prácticamente están controlando todo, están en medio de todo, ¡y hay que pagar una renta para sobrevivir dentro de las mismas!
¿Cuál renta?... A ver… Antes, para comer, usted iba a un restaurante o iba al supermercado y se hacía la comida.
Ahora, con cada vez más frecuencia, pedirá la comida —del súper o del restaurante— por aplicación. Parece lo mismo, sólo que más cómodo. Pero no, no es igual.
Porque además de pagarle al motociclista (que ahora está lleno de chamba gracias a esto), también usted paga una CUOTA POR SERVICIO del app. ¡Ajá!
No sólo eso. La empresa dueña del app sabe todo sobre usted, y sobre todos los demás consumidores, lo que le permite tener un ALGORITMO SUPERPODEROSO que convierte a la app en prácticamente un monopolio invencible.
Si usted y sus vecinos quisieran hacer su propia app de reparto de comida, es posible que lo puedan hacer, como también un grupo de taxistas puede juntarse y hacer un app de transporte que cobre menos. Pero estarán en gigantesca desventaja, porque no poseerán la información de los hábitos de consumo MUNDIALES que ya tienen las “mega apps”. Y éstas los vencerán por la FUERZA DE SU ALGORITMO, incomparablemente más rico, que permite a la aplicación tomar mejores decisiones, anunciar mejor los productos más aptos a ser consumidos, y un largo etcétera.
¿Por qué cree usted que en ningún país ha surgido un app de taxistas locales que le haga sombra a Uber? El tamaño del mercado, la economía de escala y la potencia del algoritmo no favorecen a los pequeños.
Entonces, dice Varoufakis, hemos entrado —sin que nos alertaran— a unos grandes feudos donde tenemos que estar aunque no queramos, y “pagar renta” para existir, y comprar, y movernos.
Los dueños de esas grandes tierras feudales (ahora espacios de plataformas digitales) concentran las ganancias mundiales de todas las transacciones que ahí ocurren, pero además CONTROLAN todos los procesos. Pórtese mal y puede ser “desconectado” del sistema. Como así mismo pueden “desconectarlo” financieramente, congelando sus cuentas bancarias o sus cuentas de usuario.
Estamos a merced de las “grandes plataformas feudales”.
Y lo más interesante (y quizá peligroso): estas plataformas no son dueñas de nada. No son empleadores de los motociclistas, por lo que no generan antigüedad. No son dueñas de las tiendas y no tienen que mantenerlas en buen estado.
Sólo son dueños de la plataforma que te cobra la renta por estar ahí. Por existir.
¡Híjole!
