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Opinión

La figura de María en nuestra vida

Las cartas sobre La mesa

El hilo conductor de las lecturas de este fin de este domingo es el respeto de los hijos para con los padres, y el compromiso de los padres con Dios de acercar a sus hijos a la fe, lo vemos en María y José, con la presentación de Jesús en el templo, cumplen con un precepto, pero sobretodo le brindan a su hijo una bendición. El libro del Eclesiástico nos pone ante dos opciones: amar y respetar a nuestros padres o despreciarlos; los resultados son diferentes: unos atraen la bendición y otros atraen el rechazo de Dios.

Pablo invita a los Colosenses a revestirse de sentimientos de amabilidad, de humildad, mansedumbre, paciencia. Virtudes que hay que practicar, con nuestros padres y en la vida familiar, de lo contrario las relaciones familiares se vuelven insostenibles.

El evangelio nos pone en escena a Simeón y Ana que se alegran por la llegada del Salvador, alegría por el proyecto de Dios para la humanidad que va tomando forma en el rostro de Jesús. Ese proyecto es Jesús que “va creciendo… se llena de sabiduría y la gracia de Dios está con Él”. Gracias y sabiduría por la fidelidad y transmisión de principios y valores religiosos de María y José con el niño.

Podemos reflexionar mucho en los personajes del evangelio, pero en estos días de Navidad y ahora que iniciamos un nuevo año, hay una figura central en nuestras celebraciones: María. Nacer es tener una madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que se hizo hombre en el seno de María.

Por eso, el título mariano de "Madre de Dios" es una de las verdades más consoladoras y más ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios se ha arrullado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos enseña san Agustín.

Entre la vida de Jesús y la de María hay una estupenda sintonía y un paralelismo magnífico de misterio y de donación. Vivir al ritmo de Jesús es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en nosotros como Madre e intercesora.

María mantiene diversas relaciones con la Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la Iglesia, pues ésta prolonga a Jesús místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios.

Es espejo radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Jesús, es abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. 

¿Y cuál es tu relación con María? La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí, porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta en el misterio de Dios.

Una veneración, por ello, que nace de la profundidad de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la adoramos, sólo se adora a Dios.

María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Tomado de su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo.

Con sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.
Santa María Inmaculada, de la Dulce Espera, Ruega por nosotros.

P. NOEL LOZANO: Sacerdote de la Arquidiócesis de Monterrey

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