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Opinión

Eligio Coronado

Libros que suenan

Más de una vez lo alcancé a ver en los pasillos de la Biblioteca Magna Universitaria, a Eligio Coronado, incansable promotor y gestor cultural regiomontano. Ya en esos años, hace al menos dos décadas, convocaba lecturas, reuniones en torno a las letras de la ciudad.

Eligio publicó una veintena de libros de diversos géneros. Fue colaborador en más de cien revistas literarias, con obra traducida a varias lenguas y editor fundador de varias publicaciones culturales. Fue merecedor del Premio a las Artes de la UANL en 1996.

El pasado sábado 24 de junio, el círculo literario de Nuevo León amaneció con la noticia de su partida. Aunado a los golpes de calor, la vida nos dio un golpe de tristeza.

¿Cómo andaba Eligio por el mundo? Se me ocurre un poema, se me acumula el recuerdo. Me viene a la cabeza esa palabra muy norteña y antigua: tesón. Eligio era tesonero. ¿Cuántos años dedicó a la vida literaria de Monterrey? Muchos, de muchas maneras.

Pero no hay un gran misterio por resolver al preguntarnos por qué ese compromiso como promotor cultural. Él mismo lo decía abiertamente, serlo le daba vida, gozo. Así como a muchos de nosotros, testarudos, necios, ¿qué nos da a cambio la promoción de la cultura si no es, algunas veces, la satisfacción del reconocimiento, alguno aunque pequeño, que llegue tarde o temprano, estemos vivos o ya muertos?

Al enterarme de su partida, pensé en que todas las hemerotecas de la ciudad deben de registrar, por todos los medios posibles, la lamentable perdida que adolecerá la ciudad sin su presencia. Que no solo nos lo recuerden las redes sociales, que quede este registro en la historia cultural de Nuevo León.

Debemos documentarlo, porque perdimos muy temprano a Andrés Montes de Oca, a Dulce María González, a Iván Trejo, por mencionar a algunos y ahora a Eligio. Fueron los promotores literarios perseverantes, los impulsores de escritores emergentes y de la actividad cultural (fuera del escritorio) que se tiene que hacer para que se forme una comunidad en torno a las letras de la ciudad.

Eligio no era una persona que te mirara por encima del hombro al enterarse que te gustaba escribir. Ofrecía abiertamente su amistad y solidaridad a quienes por primera vez le mostraban sus escritos y querían leerlos o tallerearlos.

Nunca subestimó a nadie por no haber ganado un premio literario o no haber publicado en una editorial de renombre. Eligio andaba por el mundo cansado, pero sin cansarse. No nos cansemos, nosotros, de recordarlo y reconocerle su paso por este mundo. 

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