La mano de obra vs. el brazo robótico: El futuro que nos espera
Sección Editorial
- Por: Roberto Garza Leonard
- 16 Diciembre 2025, 00:00
ThinkBox Analytics. En las calles de países emergentes del mundo se encuentran los centros de una fuerza laboral global de la que sus economías aún dependen: agricultura manual, ensamblaje textil, servicios de atención al cliente en centros de llamadas.
A medida que los brazos robóticos y los algoritmos de la IA avanzan, impulsados por gigantes como Tesla y Nvidia, surge una pregunta: ¿qué pasa cuando el trabajo humano, el pilar de la supervivencia para miles de millones en naciones en desarrollo, se convierte en un lujo opcional?
El 80% de la fuerza laboral global vive en países en desarrollo y realiza trabajos que los robots y la IA están a punto de suplantar. En las calles de las economías emergentes, el futuro de la inteligencia artificial representa tanto una realidad cercana como una amenaza inmediata.
Elon Musk espetó que “la IA y la robótica eliminarán la pobreza porque eliminarán la necesidad de trabajar. En diez o veinte años, el trabajo será opcional y el dinero, irrelevante”. Su robot Optimus producirá tanta abundancia que los gobiernos repartirán un “ingreso alto universal”. Suena a utopía, un futuro deseado. Pero leído con frialdad, es una sentencia lapidaria: la mayoría de la humanidad ya no será necesaria para producir valor. No habrá ascenso económico para las masas.
En México, el segundo proveedor de Estados Unidos tras el nearshoring, la industria automotriz y las maquiladoras emplean a casi 14 millones de personas. Un informe del Banco Mundial calcula que más del 50% de los empleos en México, equivalentes a unos 14-15 millones en total, están en riesgo de automatización. En manufactura, la franja más vulnerable, la pérdida neta podría oscilar entre dos y cuatro millones de puestos en la próxima década, según proyecciones de la OCDE y el propio Banco de México.
Jensen Huang, CEO de Nvidia, cuyos chips mueven tanto los Optimus como los modelos que diseñan fábricas, ofrece un contrapeso: “Sí, la IA creará empleos”, dijo en Singapur, “pero la transición será brutal en países en los que el 60 o el 70% de la población no terminó la secundaria. No se resuelve diciendo: aprendan a programar en cinco años”.
En México, solo el 27% de los egresados universitarios sale de carreras STEM, y uno de cada cinco jóvenes entre 15 y 29 años ni estudia ni trabaja, el tercer porcentaje más alto de la OCDE. Un ingreso universal que cubra siquiera el salario mínimo de la frontera rondaría el 10% del PIB, según estimaciones del Coneval y el Banco Mundial. El país ya destina cerca del 15% de su gasto a intereses de la deuda y subsidios energéticos. El margen es estrecho.
Yuval Noah Harari lo resume de manera impactante: “Por primera vez en la historia, creamos tecnologías que pueden hacer inútil a la mayoría de los humanos. En el siglo XX los mataban porque estorbaban, en el XXI simplemente se volverán irrelevantes”. México, con instituciones frágiles y la mayor desigualdad extrema en la OCDE, es terreno fértil para ese resultado. Debemos evitarlo.
La historia se repite en todo el mundo. En miles de casos en los que se prometieron empleos directos, la contratación resultó mucho menor una vez adoptadas las líneas robóticas de ensamblado. Es decir, puestos IA sobre ensamblaje manual. Mientras tanto, el auge de Rappi y Uber Eats ha creado 1.2 millones de repartidores precarios en cinco años. Es empleo, sí, pero sin derechos, sin futuro y con tarifas que bajan cuando llueve o cuando el algoritmo decide reducirlas. ¿Existe correlación? No sabemos exactamente.
El dilema mexicano es el dilema de todos los países emergentes: cómo pasar de una economía basada en manos baratas a una en la que el brazo robótico es más barato y nunca se cansa, sin que la transición genere una clase de “excluidos”.
Musk ofrece abundancia universal, pero su receta implica que cientos de millones de personas dejen de ser económicamente útiles. Huang ofrece realismo incómodo. Harari presenta la advertencia apocalíptica.
Por primera vez en su historia, México no compite contra China o Vietnam por salarios bajos. Compite contra un robot que no pide aumento, no se enferma y no se sindicaliza.
Ahora bien, no todo es fatalismo. Hay alternativas viables para evitar que la brecha se agrande. Por ejemplo, se pudiera gravar cada robot nuevo y pagar con ello la reconversión gratuita de sus obreros. Se podría obligar a las empresas que reciban incentivos fiscales a mantener un porcentaje mínimo de empleos humanos. En casos de cooperativas, se pudiera lograr que los trabajadores de fábricas automatizadas pasen a ser copropietarios de los datos que generan los sensores y de los robots mismos vía fideicomiso. Cada año recibirían dividendos.
México podría crear un impuesto modesto a la automatización que financie formación técnica masiva y cláusulas de empleo humano en los paquetes de nearshoring, además de un plan nacional de adopción con énfasis en la educación, capacitación y entrenamiento desde el nivel primaria hasta profesional.
La IA llegó para quedarse, pero no tiene por qué convertir a México en el laboratorio de la irrelevancia humana. Puede convertirse, si se actúa rápido y con audacia política.
ThinkBox© Political & Public Affairs Risk Report
Roberto Garza Leonard.
Noviembre 2025.
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