El terrible poder destructivo de la pólvora: Cuatro fallecidos —incluyendo dos menores de edad—, más de diez heridos y nada menos que 80 casas dañadas es el saldo que dejó la explosión de pirotecnia almacenada ilegalmente en un hogar de la colonia Los Olmos, en Pesquería, Nuevo León.
De inmediato se alzaron las voces, aunque ya tarde. El Consejo Ciudadano de Seguridad de Nuevo León demandó se usen trabajos de inteligencia para detectar y clausurar los lugares donde se está almacenando o vendiendo pirotecnia, en un estado como Nuevo León, donde ya está prohibida. Pero debido a que aún hay demanda —la gente la sigue usando, con poca conciencia, en fiestas patronales, bodas o quince años— ahora hay un mercado clandestino más lucrativo, pero más difícil de detectar, porque se mueve de forma oculta.
¿Podremos realmente ponerle un alto? Con voluntad, debe poderse.
Y urge hacer algo porque, uno, se trata de trágicas muertes, sumamente lamentables e increíblemente absurdas. La nada ética ambición de ganar unos cuantos pesos lleva a muchas personas a seguir traficando con juegos pirotécnicos, con las fatales consecuencias que acabamos de atestiguar.
Pero, dos, esto pone una seria mancha sobre el estado de Nuevo León, ese que hoy quiere mostrar un rostro moderno, de vanguardia, de orden y de “primermundismo”. Sucesos como este nos “estallan en la cara” —literal y figuradamente—, recordándonos que hay mucho por hacer en cuanto a crear conciencia cívica y a tomar responsabilidad en el cumplimiento de las normas de protección civil en toda su amplia gama (desde las rutas de emergencia en los pequeños negocios hasta el manejo responsable de los desechos industriales, o cosas tan sencillas como la disposición adecuada de los aceites de cocina en restaurantes pequeños y medianos, en vez de arrojarlos al drenaje sanitario y estropear las tuberías).
Nos parecían lejanos estos polvorines que estallan: pensábamos que “sólo ocurren en lugares como el Estado de México”.
Pues no. Los municipios de la periferia de Nuevo León están creciendo como la espuma en población e industrialización, pero también en descontrol e incapacidad para ser vigilados apropiadamente en muchos sentidos. En ellos proliferan zonas donde la descomposición social es mayor que en los municipios centrales, ya que ahí se dan situaciones como las de familias donde ambos padres trabajan y los niños se quedan solos en las casas; hay más violencia y abuso de sustancias; inseguridad creciente; así como otros problemas relacionados con la marginación social.
Son esos municipios de “ultracrecimiento” —pero no de mucho presupuesto y a los que se les pone menos atención desde el centro— como Pesquería, Zuazua, El Carmen, Salinas Victoria o Cadereyta, donde las cosas parecen salirse de control, a diferencia de los cada vez más ordenados y “resplandecientes” municipios de Escobedo, Guadalupe, Apodaca o Santa Catarina, que antes parecían “alejados”.
Y es en esas zonas periféricas —como Pesquería— donde pueden ocurrir vergonzosas tragedias como la que acabamos de presenciar, provocada por el sumamente imprudente almacenamiento ilegal de productos con pólvora.
Se necesita poner foco y voluntad a “intervenir” la periferia de la urbe regia para ordenar este y otros fenómenos que nos están gritando su demanda de atención.
