La misión de guiar y soltar
Sección Editorial
- Por: Nora Lilia Zambrano
- 26 Mayo 2025, 07:00
Nuestra función como padres no es volvernos indispensables, sino volvernos innecesarios.
Ser mamá o papá es una de las experiencias más profundas que podemos vivir. Pero también es, sin duda, una de las más complejas. Porque educar no sólo se trata de cuidar, proteger y guiar, sino también —y aquí viene lo más difícil— de aprender a soltar.
Criamos con el corazón lleno, pero sabiendo, en el fondo, que un día nuestros hijos tomarán su propio camino. Y ese día no debe doler como un abandono, sino sentirse como una misión cumplida.
Uno de los grandes aprendizajes de la crianza es entender que nuestra función como padres no es volvernos indispensables, sino volvernos innecesarios. Suena duro, pero en realidad es un acto de amor enorme.
Es enseñarles a vivir sin nosotros, a elegir por sí mismos, a enfrentar el mundo con seguridad, con valores, con herramientas. Ser “innecesario” no significa desaparecer, sino haber sembrado lo suficiente para que puedan caminar solos.
Para lograrlo, hay que controlar el impulso de sobreproteger. Queremos evitarles el dolor, los errores, los tropiezos… pero si no les permitimos enfrentarse a la vida, no sabrán cómo hacerlo cuando no estemos.
Aprender a volar implica también saber caer. Y en cada caída hay una lección que ni la mejor advertencia puede sustituir. El amor verdadero no es el que impide el golpe, sino el que acompaña con respeto cuando llega, el que ayuda a levantarse sin quitarle al otro la oportunidad de hacerlo solo.
Respetar sus decisiones, incluso cuando no coincidan con las nuestras, es otra muestra de madurez emocional. No criamos copias nuestras, criamos personas con sus propios deseos, opiniones y caminos.
Confiar en su criterio, incluso si se equivocan, es darles el derecho a ser dueños de su vida. Nadie aprende a vivir siendo guiado por control remoto.
Eso sí, antes de soltarlos, debemos darles un mapa, una brújula y un destino. El mapa son los valores, los principios, la ética. La brújula es su capacidad para tomar decisiones conscientes.
Y el destino es ese ideal de vida que construyen a partir del ejemplo que les dimos. No podemos trazar cada paso, pero sí dejarles claro qué caminos llevan al respeto, al amor propio, a la empatía y al esfuerzo.
Y aunque un día se vayan lejos, lo más importante es que sepan siempre a dónde volver. Que su casa —más que un lugar físico— sea un espacio emocional seguro. Ese rincón donde no hay juicio, solo comprensión.
Donde pueden regresar sin miedo, con confianza, con la certeza de que, pase lo que pase, siempre serán bienvenidos.
También es necesario recordar que los hijos no necesitan padres perfectos, sino padres presentes, auténticos y con la humildad de aprender junto a ellos. Habrá errores, dudas y momentos difíciles, pero el lazo que se forma desde la sinceridad y el amor genuino es más fuerte que cualquier expectativa. Mostrar nuestras debilidades también les enseña a aceptar las suyas.
Recordemos que hace un tiempo también nuestras alas estaban listas y con miedo, pero también con unas ganas enormes emprendimos el vuelo para formar nuestro propio camino.
Al final, ser padre o madre no es un papel que se abandona, sino uno que se transforma.
Dejamos de ser el timón, para convertirnos en el puerto, ese lugar donde siempre podrán anclar, aunque ya naveguen con su propio viento. Guiar y soltar es un acto de confianza profunda, y también de amor valiente.
Porque amar de verdad es saber decir: “Estás listo, ahora vuela”.
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