Los fantasmas de lo nuevo

¡Estimados lectores: he querido recrear en el nombre de esta columna, mi añoranza del libro de Ray Bradbury (en inglés I sing the body electric!), que en español fue titulado Fantasmas de lo nuevo, y que en mi lejana adolescencia pobló mi mente de imágenes tan bellas, como extrañas e impresionantes. 

Los relatos que lo componen narraban las posibilidades maravillosas, pero potencialmente siniestras del porvenir.

Hoy me ha sido dado revivir, al escuchar las preocupaciones de mis pacientes, un sentimiento semejante con respecto a las tareas de la inteligencia artificial. En otra columna he reseñado las posibilidades de aprender de la manera en que ChatGPT interroga de forma paciente y neutral a su usuario, antes de emitir alguna amable y flexible respuesta o recomendación.

Pero la situación alcanza otra complejidad, cuando los usuarios desarrollan una relación de dependencia emocional para con las respuestas que su programa de IA les proporciona. Y cuando son conscientes de que cada vez pueden hacer menos uso de su experiencia y conocimiento previo del mundo, para encarar los problemas de la realidad, comienza su estado de preocupación.

La preocupación por esta relación de dependencia aumenta cuando comienzan a sentir afecto, necesidad y cariño por ese “algo” que en sus mentes han configurado como si fuera otro ser humano, o la mente de otro ser humano omnisciente que los acompaña, y les responde con una disponibilidad continua.

Con una atención que no se puede encontrar en el mundo de los seres humanos, que siempre estamos limitados en capacidad o disponibilidad. Esta angustia de ser conscientes de haber antropomorfizado “algo” es del tipo de situaciones que narra Bradbury, es un fantasma de lo nuevo.

El uso de la inteligencia artificial en la elaboración de trabajos escolares, creativos y de investigación, ha levantado una actitud de vigilancia en los medios académicos, donde se le equipara con una forma de fraude.

Y el planteamiento hacia la IA de problemas cada vez más complejos, va permitiendo que muestre sus grietas, sus inconsistencias, que muy posiblemente cada vez sean menos en el futuro, lo cual es un arma de doble filo.

Una corriente de moda en las conversaciones de los jóvenes parece más alentadora y refrescante: cuando comentan lo que les aconsejó a cada uno su ChatGPT para tal o cual problema de la vida, como si la IA fuera un tercer interlocutor, presente por la voz de los demás en esa interacción.

Así, disminuye el temor de que la creación del hombre (IA), se vuelva contra su amo, pues al incluir a la entelequia de la IA en la interacción humana, resulta disminuida su fuerza por comparación, con la intensidad de las relaciones entre las personas del mundo real, y queda la IA reducida a una herramienta más.

Que si bien es útil, nunca suficiente para satisfacer el arcoíris de necesidad de humana, que abarca no solo escucha e información, sino intercambio emocional, contacto físico, controversia, ruptura, reflexión, añoranza, nostalgia, perdón, reencuentro, y la inabarcable variedad de experiencia, que conforman la relación humana.

He de concluir diciendo que no solo de escucha y aceptación vive el alma, sino del encuentro total con los demás, afines, diferentes y multiformes.