Tras la algarabía futbolera de la pasada semana, en donde, por el lado de los equipos locales, se vivió con harta pasión y gran intensidad el contundente triunfo y la heroica derrota del pase a las finales del actual campeonato del futbol mexicano.
Por otro llegó el escaparate político convertido en “sorteo mundialista” celebrado el pasado viernes y en donde se definió el destino de algunas selecciones, y con ello, el rumbo de importancia de la sede local, aplicando la anestesia de la ilusión futbolera, hoy nos olvidaremos de la problemática que nos atañe a lo largo y ancho de todo el país, para platicar alegremente del multimentado mundial.
En lo particular, al que esto escribe, estimado lector, le ha alcanzado la vida para mirar los dos “mundiales” que se han celebrado en México hasta ahora. El primero, el México 70; apenas era un niño de 5 años que vivía una infancia sana e inocente y muy alejada de la problemática de aquella época prisita, que seguramente cubrió todos los agravios sociales con selecciones y jugadores de todos los colores correteando un balón y llenando de emoción al respetable. De aquel mundial confirmó su estatus “El Rey Pelé”, y con la emoción detrás de él, todos los niños que queríamos ser tan habilidosos con el balón como él.
Dieciséis años después, con 21 años en mi haber y con una juventud pujante a cuestas, y con apenas un incipiente desarrollo tecnológico en comunicaciones que hoy conocemos como internet, fui invitado a colaborar en el Mundial México 86 como coordinador de la sala de prensa nacional de la sede en Monterrey, donde tuve la fortuna de ser, creo yo, un eficiente subordinado de los directivos del área: los señores Gómez Junco, René Martínez y Jesús Rojas de la Concha, quienes depositaron toda su confianza en el empeño de aquel muy joven servidor de todos ustedes.
Fue una época realmente muy apasionante y demandante pues, junto con mis jóvenes compañeros de área —todos ellos egresados del Tec de Monterrey— logramos conformar un gran equipo que dio un eficiente servicio a los medios de comunicación locales, nacionales e internacionales que vinieron a cubrir las incidencias del torneo hasta el 21 de junio de 1986, cuando Alemania eliminó a México en los cuartos de final, en el Estadio Universitario, luego de un emocionante encuentro que terminó 0-0 y se definió en penales (4-1) después de 120 minutos, marcando la primera vez que México llegaba a la ilusión del “quinto partido” y cayendo contra el subcampeón, un evento que nos dejó un agridulce sabor y la famosa “maldición de los penales”.
Recuerdo que, tras aquel partido, Don Enrique Gómez Junco me mandó llamar a su oficina del Edificio Latino para agradecerme y felicitarme por mi participación en la “justa mundialista”, reconociendo el profesionalismo de no haber abandonado la sala de prensa, como lo hicieron todos los compañeros del equipo de trabajo, durante el partido de eliminación de la selección mexicana, al mantenerme al “pie del cañón” para informar de la manera más expedita a México, de las incidencias técnicas que, tras bambalinas, se desarrollaban en las bancas de los equipos.
Fue aquella época una grata experiencia para el que esto escribe, pero, más allá de ello, el flujo, el desarrollo y hermandad social que se cobijó bajo el mando tricolor de la selección, además de la importante derrama económica que dejó por toda la ciudad —en sus aeropuertos, en sus taxis, en las rentas de autos, en sus negocios, sus hoteles, sus restaurantes—, marcó la vida de la sociedad neoleonesa y la buena imagen de esta gran ciudad ante todos los visitantes nacionales y extranjeros.
Por ello, y a pesar de que este fenómeno mundialista es una gran cortina político-mediática que anestesia de manera muy eficiente las diversas problemáticas de la realidad que aquí se viven, ojalá que el entusiasmo y la pasión por el futbol nos haga llenar de alegres y positivos visitantes, junto con todos los beneficios que vienen a derramar durante el próximo Mundial. ¡Que así sea!
Por hoy es todo, medite lo que le platico, estimado lector. Esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana, por favor cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
