Lo que pensamos de la verdad tiene tantas variantes que se acoplan a nuestras causas y conveniencias, que cualquiera dice una mentira que convertimos en verdad, si es que nos gusta o conviene.
¿Qué es la verdad según tu?
Definirla es un poco complicado, porque nuestro egocentrismo no nos deja ver más allá de nuestras circunstancias y tampoco nos permite hacer un análisis de lo que hacemos, debido a la facilidad con la que juzgamos a los que están enfrente en el momento elegido.
Una definición de la verdad es que es la correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad. La palabra, como tal, supone la concordancia entre aquello que afirmamos con lo que se sabe, se siente o se piensa.
Lo difícil es que para encontrar la verdad, elegimos diferentes momentos y en estos con sus circunstancias, también los alteramos a placer. ¿Cómo entonces llegar a la verdad?
Será interesante que exploremos juntos para qué sirve la verdad. En algunos matrimonios la verdad se ignora para sentirse cómodos con las situaciones y con el paso del tiempo se vuelve insuficiente, por lo que uno de los dos empieza a exigir cosas o actitudes que compensen lo que el otro oculta o tergiversa.
El refrán popular que reza “La verdad no peca, pero incomoda” puede servirnos de ejemplo de por qué evadirla suele ser frecuente y hasta cómodo. ¿Quién lo hace? ¿Tú lo haces?
Cuando Martín Lutero comenzó con sus acusaciones a la Iglesia católica, en el sentido que era “una organización patrimonialista que cobraba los favores divinos”, propició feroces ataques de quienes defendían a la poderosa iglesia y quienes la conformaban. Quizá los dos dijeron verdades y quizá ambos bandos dijeron mentiras.
En una campaña política es común que los abanderados de los partidos ataquen a sus rivales, con verdades y mentiras, al igual que usan estadísticas a conveniencia para reducir las posibilidades de éxito del de enfrente y aumentar las propias.
¿Es esto justificable?
Como ciudadanos, regularmente, pedimos a los candidatos y a los gobiernos que nos digan la verdad y, si detectamos que no lo hacen, los castigamos con nuestro retiro de apoyo. Así debilitamos al candidato o al gobierno. Esta es una de las cosas para las que sirve la verdad.
Pero también es común que un candidato que llama la atención de todos, gracias a la estridencia de su discurso o a lo espectacular de los resultados que promete conseguir, gane nuestra simpatía y le creamos diciendo que habla con la verdad y nos convertimos en miopes voluntariamente para ignorar que es imposible lograr esos resultados.
Es más fácil encontrar la verdad, cuando despersonalizamos la causa y los hechos, porque si tomamos una posición personal, se nos olvida la objetividad y sepultamos la verdad antes de siquiera considerarla como posible.
Esa es una buena forma de analizar candidatos, jefes, parejas, deportistas, artistas o liderazgos y, si tomamos conciencia de nuestras decisiones, también será más sencillo encontrar lo que le conviene a la sociedad a la que pertenecemos.
El bien común nos pertenece, pero a veces no nos conviene tanto y elegimos causas convenientes, antes que justas o verdaderas.
Encumbramos en el poder a quienes se parecen a nosotros y luego nos decepcionamos y quejamos de ellos porque actúan como nosotros lo hacemos o lo haríamos en su lugar.
Lo óptimo en estos casos es que nos sintamos libres de decir la verdad y actuar en consecuencia, así como apoyar a los que actúan en el sentido que le conviene a la mayoría, aunque no se parezca a lo que nos beneficia más en lo personal. Esa sería una acción de conciencia.
La mejor mezcla que hay para que una sociedad mejore, es la del poder y la conciencia. Si logramos tenerla tú y yo en lo individual, habremos comenzado el camino verdadero a una sociedad justa y solidaria desde el poder público.
¿Cuál es tu verdad?
