Hay pasajes de las Escrituras que deberían incluir una advertencia, como las que a veces se muestran al final de una película: Ningún animal fue dañado.
Uno de estos textos es una historia del libro de los Jueces (11,29-39). Se trata de un rey llamado Jefté, quien está en guerra y le promete a Dios que, si Dios le permite ganar la batalla, sacrificará en holocausto a la primera persona que encuentre al regresar a casa. Dios le permite la victoria y, al regresa a casa, la primera persona que encuentra es a su propia hija, quien está en la flor de la juventud. Al verla, se arrepiente profundamente de su voto. Sin embargo, su hija accede a ser ofrecida en holocausto, pero pide primero una cosa: que le den dos meses para ir a las montañas a "llorar mi virginidad con mis compañeras". Su padre le concede el favor y ella se va con sus compañeras a lamentar su muerte virgen. Regresa, y es sacrificada como holocausto a Dios.
En sentido literal, esta es simplemente una historia terrible: una promesa insensata hecha a Dios, un Dios que acepta tal voto y concede un favor a causa de ella, un sacrificio de niños, una resaca de patriarcado cruel.
Sin embargo, de eso no se trata esta historia. Nadie muere en ella. No debe tomarse literalmente, sino como una metáfora, y su mensaje no trata sobre un Dios que concede favores a cambio de sacrificios humanos. Su verdadero mensaje tiene que ver con la joven de la historia, con su petición de la oportunidad de lamentar su muerte virgen, con su vida, en cierto modo, incompleta.
¿Qué pide? ¿Qué significa lamentar la virginidad? ¿Cómo se lamenta esta?
Lo que subyace en esta metáfora es que cada uno de nosotros —hombre o mujer, casado o célibe, de larga o corta vida—, morirá virgen, sin haber disfrutado de la sinfonía completa.
En su forma más literal, vemos esto en alguien que nunca se ha casado, es soltero, nunca ha tenido una pareja con la que se haya hecho una sola carne, y que morirá en ese estado. Como la hija de Jefté, morirá virgen. A veces, al dirigir un retiro para sacerdotes o monjas, les hago esta pregunta: ¿han llorado alguna vez su celibato? ¿Han lamentado alguna vez el hecho de que pasarán por la vida sin intimidad sexual, sin hijos, sin ser abuelos?
Sin embargo, hay modalidades menos literales de esto. La «virginidad» que la hija de Jefté necesita lamentar es algo que todos debemos lamentar, incluso si tenemos intimidad sexual, hijos y nietos.
Una vez estuve en una reunión de profesores donde varios sacerdotes discutían sobre el celibato, cuando una colega, una mujer felizmente casada, nos retó con estas palabras: “Ustedes, los célibes, se compadecen demasiado de sí mismos. ¿Saben qué es peor que dormir solos? Dormir solos cuando no se duerme solos. La intimidad sexual, incluso en su mejor momento, no elimina la soledad”.
Tiene razón. Nadie disfruta de la sinfonía completa. Karl Rahner respondió una vez a un amigo que le había escrito lamentándose de que, aunque tenía un buen matrimonio, todavía se sentía profundamente solo en muchos sentidos. Rahner le aconsejó que no culpara a su esposa ni a su matrimonio por su soledad, sino que aprendiera a aceptar que «en esta vida no hay una sinfonía completa». Todos moriremos con sueños incumplidos; ninguno de nosotros encontrará una unión plena, duradera y extática en este lado de la eternidad.
Sin embargo, aún podemos vivir vidas felices y plenas a pesar de esta ausencia. Pero hay una condición, la que expresa la hija de Jefté: debemos lamentar nuestra incompletitud para poder morir en paz con nuestra sinfonía parcial.
Si no reconocemos esa incompletitud y la lamentamos, nuestra falta de aceptación obrará sigilosamente para teñir nuestras vidas de decepción, ira y depresión. Peor aún, si no podemos aceptar que la vida no puede darnos la sinfonía completa, tendremos una propensión inconsciente a ser demasiado duros con los demás (nuestra pareja, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras iglesias y la vida misma), porque no pueden estar a la altura ni darnos la sinfonía completa.
¿Y cómo podemos lamentar nuestra incompletitud?
Lloramos a nuestra manera, pero todo duelo comienza reconociendo lo perdido, lo que nos han arrebatado. Así, comenzamos a lamentar nuestra virginidad reconociendo y aceptando lo que Rahner le dijo a su amigo: que aquí, en esta vida, no hay una sinfonía completa.
¿Cómo lamentábamos eso? Algunos podrían recurrir a la dirección espiritual, la terapia psicológica o alguna práctica ritual. Mas todos debemos llevarla conscientemente a la oración y luego, como la hija de Jefté, pasar unos meses en las montañas dando rienda suelta a nuestras lágrimas.
Ron Rolheiser. OMI
www.ronrolheiser.com
