Loco, intenso, controvertido, belicoso, crítico, explosivo y un sin número de epítetos más son con los que ha sido calificado, a lo largo de su vida, Mauricio Fernández Garza, quien —por encima de cualquier adjetivo que se le quiera acomodar— se ha distinguido, sin duda alguna, como un hombre ejemplar. Un hombre de bien que ha transcurrido entre aciertos y errores, como cualquiera de nosotros, pero eso sí, transitando por la vida con total plenitud y gran intensidad. Hoy libra, de manera valiente, serena y con gran talante (muy fiel a su personalísimo estilo), la más dura, difícil y definitiva batalla de su vida: la que, inevitablemente, lo llevará a la eternidad.
Criticado por algunos y muy querido —mucho muy querido— por otros, Mauricio ha cimbrado siempre positivamente las estructuras del bien en el entorno donde ha transitado, por azares del destino que él mismo se propuso como objetivo de vida, a sabiendas del complicado, sinuoso, complejo y, en ocasiones, incomprendido andar que había de transitar.
Su posición económica y su prominente estatus empresarial y político nunca le han allanado el camino a lo largo de su vida. Quizás, al contrario, las piedras que malamente le han sido colocadas por aquellos malintencionados a lo largo de su trayectoria, para crearle dificultades, no le han hecho mella en su paso avasallador por el camino del bien, persiguiendo siempre procurar las mejores condiciones de bienestar y prosperidad para la comunidad.
Mauricio ha sido, como figura público-política, un auténtico compañero de la vida civil para toda la sociedad conurbada, que —a pesar de sus controversiales polémicas— le ha visto crecer, desarrollarse, madurar, trabajar, cumplir y, sobre todo, servir con un profundo sentido común y respeto, aprecio, comprensión, sensibilidad, amor y generosidad hacia sus semejantes. Hoy estamos inmersos en la tristeza que se nos atora como un nudo en el alma al reconocer, irremediablemente, que su “velita” de vida lentamente se está apagando.
En lo particular, yo le conocí en mis años mozos, en alguna tarde de 1988, cuando irrumpió —con ese impetuoso entusiasmo que lo identifica— en las oficinas de la agencia de publicidad de, en aquel tiempo, mi jefe y amigo personal de él: el creativo diseñador gráfico regiomontano Jesús Castillo Caballero, a quien le encargó el diseño de la imagen para su campaña política con miras a contender, por primera ocasión, por la alcaldía de San Pedro.
Campaña que, gracias a la combinación del talento creativo de mi entrañable jefe y amigo “Chuy” —que rompió los paradigmas tradicionales de la formalidad en la publicidad política institucional de aquella época—, aunado a la frescura en las ideas políticas innovadoras del joven Mauricio, estalló en un fenómeno social que elevó grandemente sus simpatías ante “el respetable” y le dio al empresario, ahora metido a político, el triunfo electoral indiscutible.
Años después coincidimos en algunos eventos políticos y culturales, e incluso festejos taurinos, en el hoy desaparecido Cortijo San Felipe, donde convivimos gratamente. Siempre me resultó objetivo, abierto, sincero, claro y muy amable, en el particular estilo de su trato y su fenomenal y extraordinaria forma de ser.
La última ocasión que platiqué con él fue hace algún tiempo, cuando le llamé a su celular para extenderle la invitación de mi toma de protesta como presidente de la Asociación de Periodistas y Comunicadores Taurinos de Nuevo León. Lamentó no poder asistir por compromisos que tenía que atender en Acapulco y, muy amablemente, se disculpó. Sin embargo, amante de las artes y la cultura —al igual que el que esto escribe—, quedamos de tomarnos un café y echarnos una sabrosa platicada sobre el tema, la cual, por las diversas ocupaciones de ambos, nunca concretamos.
En su andar sucedieron muchas cosas que, a su paso, han dejado honda huella en la comunidad. A lo largo de su carrera política, abarcó cuatro administraciones municipales, dos senadurías, una candidatura a diputado federal y también a la máxima magistratura del estado. Por el lado cultural, ha sido un entusiasta, generoso e incansable promotor de las artes y la cultura mexicana.
Como ser humano, Mauricio es, ha sido y será un claro ejemplo de servicio, bondad, generosidad y empatía para todos nosotros. Un auténtico ejemplo de vida que refleja fielmente al hombre norestense: de carácter férreo, guerrero, trabajador, honrado, entrón, luchador incansable, claro, sincero, sensible, absoluto y pleno; que no se doblega ante la adversidad terrenal de la nada ni de nadie. Tan solo se somete, fiel a su siempre estilo personal, con claridad y gran serenidad, a la misericordiosa voluntad celestial del Creador de nuestros días.
Por hoy es todo. Medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo inicio de semana. Por favor, cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”.
Nos leemos, Dios mediante, aquí el próximo lunes.
