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Opinión

El Rey

El Purgatorio de @elcabritomayor

En este mundo tan, pero tan atribulado, hay momentos en la vida que, más que experimentarlos, se viven y se sienten profundamente por su naturaleza, su fondo y su contenido. Éstos, a la postre, se convierten en un testimonio vivo de lo que puede lograr un ser humano cuando decide dedicar su vida al servicio de los demás. Así ocurrió el pasado 12 de noviembre, cuando los hombres de bien, la gente bien nacida en torno al juego de pelota, se reunió frente al Estadio de Beisbol Monterrey para develar un monumento a la memoria de un gran victorense orgullosamente regiomontano: Don Pedro Treto Cisneros, un hombre que amó al prójimo tanto como al “rey de los deportes”, el beisbol.

La pasión por todo lo que en vida emprendió Don Pedro, el tiempo, la historia y su familia le han hecho justicia, reconociendo a una figura que mucho tiempo brilló no por buscar reflectores, sino por construirlos para que otros pudieran brillar. Y ahí estaba la sociedad, en la cuna del Palacio Sultán, reconociendo a uno de sus arquitectos espirituales, porque Treto Cisneros no sólo promovió la construcción del estadio: lo soñó, lo defendió y lo entregó para la posteridad como un templo donde generaciones enteras han encontrado una fuente inspiradora de la disciplina, alegría y pertenencia.

La majestuosa ceremonia, a la cual fui honradamente invitado, tuvo un toque profundamente emocionante y humano, algo que sólo se logra cuando un homenaje nace del corazón colectivo y eso —créame, estimado lector— elevó todavía más el carácter emotivo del momento. Ver la alegría radiante de viejos peloteros, intercalados con las abiertas emociones de gratitud de los peloteros actuales y contagiados por el entusiasmo de los peloteritos de las ligas pequeñas, hizo que el evento se colmara de grandes emociones que vibraron en el corazón de todos aquellos que estuvimos presentes en el evento.

Pero más allá de la pompa, del simbolismo y de los nombres que se dieron cita —como lo fueron políticos, deportistas, promotores, cronistas, amigos entrañables y familias completas— hubo un elemento fundamental que sintetizó el verdadero legado de Don Pedro: los niños. Decenas de niños y niñas de Ligas Pequeñas de todo México, esos herederos del diamante, se reunieron para ovacionar a un hombre que quizá nunca conocieron personalmente, pero cuyos esfuerzos les abrieron caminos. Ellos, con su energía e inocencia, representaron la esencia del homenaje: el beisbol como herramienta de formación, disciplina y carácter con que se construyen comunidades más sanas.

Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo, lo expresó con claridad al entregar un cinturón honorífico a la familia: el deporte no sólo construye campeones dentro del ring o del campo, sino ciudadanos más fuertes, más íntegros, más solidarios. Y eso, justamente eso, fue a lo que Pedro Treto Cisneros dedicó su vida al impulsar con un gran esfuerzo, visión, trabajo, colaboración y harta pasión, la academia de beisbol.

Don Pedro Treto Cisneros, entronizado en el Salón de la Fama desde 1999 y defensor incansable para que ese recinto permaneciera en Monterrey, entendió siempre que el beisbol es más que un deporte: es una escuela de vida. Y quienes lo conocieron —peloteros, amigos, dirigentes, cronistas, figuras públicas— dieron fe de ello en esa velada que, más que un homenaje, fue una celebración de gratitud por su vida dedicada con amor a los demás.

Nacido en 1939 y despedido físicamente en 2013, Don Pedro volvió a estar entre nosotros. No en mármol ni en bronce, sino en el corazón y en la memoria viva de todos los que creemos que el deporte sí puede cambiar vidas; en el orgullo de una ciudad que reconoce a sus grandes y, sobre todo, en cada niño que toma un guante soñando con llegar lejos porque alguien antes luchó para que él tuviera un campo donde aprender y crecer.

Su familia, su esposa y sus hijos, generosos como corresponde a su linaje, ofrecieron una cena de gala al finalizar la ceremonia. Pero el verdadero banquete había sido servido antes: ese banquete emocional, luminoso, emocionante y comunitario que sólo se consigue cuando una sociedad entera se reúne para agradecer por la grandeza de una vida dedicada a los demás.

En tiempos donde abundan los conflictos, las divisiones, las prisas y los mensajes efímeros, éste grandioso evento, nos recordó algo fundamental, los hombres que luchan por sus ideales para construir una comunidad sana merecen, con todo honor y toda honra, ser inmortalizados. Y Don Pedro Treto Cisneros, con su visión, su empuje y su amor por el beisbol, ha sido uno de ellos.

Seguramente muchos, sobre todo las nuevas generaciones, no saben quién ha sido Don Pedro Treto Cisneros, pero con solo mencionar su nombre, la memoria colectiva lo ubica, sin haber sido un rey, como uno de los más grandes en el “rey de los deportes”, tanto como lo ha sido Manolete, Manolo o Eloy para el toreo; El Santo y Blue Demon en la lucha libre; o como Don José Sulaimán o Julio César Chávez para el boxeo. Y es por ello, por su grandeza de ser “El Rey” sin haberlo sido, que la sociedad regiomontana, esa misma a la que él dedicó su vida, lo seguirá aplaudiendo cada vez que un niño se coloque una gorra, mire al cielo, y sueñe con lanzar su primera bola…
¡Que Viva el Rey!… ¡Que viva Don Pedro Treto Cisneros...!

Por hoy es todo, medite lo que le platico, estimado lector, esperando que el de hoy sea un reflexivo día, por favor cuídese y ame a los suyos. Me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos, Dios mediante la próxima semana.

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