Esta es la última columna de “Política e Historia” del 2025; la próxima se publicará en 2026. Deseo que el cambio de año nos lleve a analizar mejores entornos, noticias positivas y resurrección de esto a lo que llamamos democracia.
Termina el primer año en la presidencia de la primera mujer que gobierna en Norteamérica, ejemplo de democracia para Canadá y EUA; sin embargo, las cosas no han sido mejores que antaño para millones de mexicanos.
Iniciemos el recuento de cosas positivas. La presidencia ha sabido sortear al vecino, al presidente más poderoso del mundo, capaz de postrar a gobernantes de China, Rusia, Gran Bretaña, Israel y muchos tantos más. Con la presidenta mexicana ha mantenido siempre el diálogo mesurado, una relación en la justa medianía.
También hay saldo positivo en materia de macroseguridad, es decir, en el balance del combate a los liderazgos de la delincuencia organizada. Supo acabar con aquello de “abrazos, no balazos”, sin conflictuarse con su líder moral.
Pareciera que la estrategia mantiene contento al vecino del norte, quien cede en sus amenazas por apabullar parte de la economía nacional con aranceles, cancelación de exportaciones y más.
No todo fue luna de miel. Los peores obuses recibidos provienen del fuego amigo: personajes dispuestos a marcar distancia con el poder formal y jurídico para mantener cercanía con el poder fáctico y moral de “ya sabes quién”.
En materia política, el actual gobierno no ha tenido confrontaciones con la oposición, esa que desde terapia intensiva manda mensajes de recuperación, aunque luego tenga estrepitosas recaídas.
La oposición no ha sido un dolor de cabeza; en todo caso, la oposición en formación es que debe preocupar al poder hegemónico: la surgida con ciudadanos apolíticos y apartidistas, inconformes con los impactos en su vida cotidiana como consecuencia de las acciones gubernamentales.
No es una oposición cohesionada; es como un virus que se esparce cada vez que se descubre un mayor costo en el ticket del súper con menor cantidad de productos; que se contagia mediante el interés a pagar en las tarjetas de crédito cuando se descubre cómo éste se ubica más próximo al 100% que a los intereses pagados en una inversión.
La inflación supera por mucho los dos dígitos; en la vida cotidiana ronda el 20%, aunque las cifras oficiales sigan diciendo que se sitúa en un dígito luego de medir cuatro o cinco productos elementales, excluyendo servicios que controla el gobierno, como la energía eléctrica y la gasolina.
Termina el año en el cual se apuñaló al republicanismo y se dio un levantón a la democracia. 2025 pasa a la historia como la antesala a la dictablanda.
No hay más poder que el del Ejecutivo. Acabó el republicanismo: no hay separación en los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, ni en las dependencias autónomas; tampoco aplica aquello de “nadie por sobre la Carta Magna y sus leyes”. Hoy los metapoderes son tan vigentes como en la dictablanda vivida en México a mediados del siglo XX.
Vivimos una dictablanda porque, al estilo Cuba o Venezuela, tendremos procesos electorales disfrazados de democracia, elecciones disfrazadas de legalidad y legitimidad en el papel, pero que en la práctica son una dictadura democrática.
Cerramos el 2025 con inseguridad en las carreteras, las calles y los hogares. Hoy sabemos que no somos más los buenos por sobre los malos, pues, según las cifras oficiales, se han capturado tantos que, si eso fuera cierto, las cárceles serían el estado número 33 de la nación.
En fin, Feliz Año Nuevo 2026, con el bisoño anhelo de que éste sea mejor al que se acaba.
