Esta semana me tocó escribirles desde un pequeño escritorio, con paliacate naranja y mi uniforme de misionera, un poco cansada, pero con el corazón lleno. Mientras afuera suenan los juegos y las risas de los niños, en mi corazón resuena el profundo sentido de lo que significa estar aquí: estamos de misiones en familia con Juventud y Familia Misionera.
Desde hace tres años, esta se ha convertido en nuestra semana favorita del año. Dejamos atrás la rutina, el celular, el tráfico, el trabajo y el ajetreo de la ciudad para sumergirnos, como familia, en la experiencia de compartir la fe, servir con alegría y vivir intensamente cada momento de la Semana Santa. Somos parte de una comunidad de 30 maravillosas familias que, con mucha ilusión, nos reunimos para visitar comunidades rurales en la diócesis de Cadereyta, especialmente los ejidos cercanos a Atongo.
Este año, las misiones se sienten aún más especiales. El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia a vivir el Año Jubilar, un acontecimiento que se celebra cada 25 años y que nos llama a todos a ser peregrinos de esperanza. Y eso es justo lo que somos aquí: 125 personas caminando juntas, compartiendo la fe, la mesa, la vida y el corazón. Cada día, al salir en familia a visitar casa por casa, al preparar una representación del Viacrucis con los niños o al organizar una hora santa en la capilla, sentimos que caminamos con propósito, acompañados por una comunidad que inspira y sostiene.
Como papás, hay algo que nos emociona profundamente: ver a nuestras hijas ayudando, creciendo, retándose a salir de su zona de confort para involucrarse con generosidad y entrega. Verlas también gozar, cantar, reír y bailar en comunidad hace que esta experiencia no solo sea transformadora, sino verdaderamente única. Aquí no solo sembramos semillas en otros corazones, también vemos florecer el corazón de nuestros hijos.
Esta semana, nuestras familias se olvidan de todo para vivir la Semana Santa con todas sus tradiciones y festividades: la bendición de ramos, el lavatorio de pies, el silencio del Viernes Santo y la alegría inmensa de la Vigilia Pascual. Aquí, en medio del polvo, los nopales y las sonrisas francas de la gente, recordamos lo esencial. Recordamos que la fe se vive mejor en comunidad, que la esperanza se contagia y que el amor, cuando se comparte, transforma.
Ojalá todos pudiéramos, al menos una vez en la vida, vivir una Semana Santa así: lejos del ruido, cerca del corazón.
Gracias por leernos. Pueden escribirnos a nuestro correo: marysol@marysolflores.com. Nos encantaría escuchar tus comentarios.
Dra. Marysol Flores Martínez | Conferencista | Autora | Consultora | Doctora en Liderazgo y Desarrollo Humano | Maestría en Psicología Neuroeducativa | Catedrática del Tec de Monterrey | Podcast en YouTube: FamiliaViva | Fundadora de @familiaviva.mx