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Opinión

¿Qué le decimos la gente de Nuevo León al secretario de Agricultura del gobierno federal sobre el agua?

Sin Censura

He recibido una decena de críticas en mi correo personal porque publiqué ayer que Nuevo León no tiene por qué entregar su agua a EUA. 

Me da la impresión de que la mayoría de estas quejas me las envían vedadamente desde la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural del gobierno federal. Tengo mis razones y pruebas para pensar así. 

De manera que escribo esta carta abierta a Julio Berdegué Sacristán, titular de esa dependencia, para decirle, respetuosamente, que no se trata de mostrar músculo regional en contra del Pacto Fiscal.  

Ni queremos separarnos de la federación ni nos sentimos excepcionales frente al resto de las entidades federativas, aunque existan diferencias notables que, por saber, se callan. 

Lo cierto es que llevamos muchos años de mala gestión hídrica en nuestro país, particularmente en relación con el estado de Nuevo León y su supuesta vinculación con el Tratado Internacional de Aguas de 1944 entre México y Estados Unidos. 

Para decirlo claramente y sin ambages: los nuevoleoneses no tenemos nada que ver con ese tratado. Punto. 

El problema es que no se ha abordado con precisión histórica y legal esta materia. Tantas tensiones por la escasez hídrica en Nuevo León y las obligaciones internacionales no nos competen a los regiomontanos. 

El Tratado para la Utilización de las Aguas de los Ríos Colorado y Tijuana y del Río Bravo establece obligaciones para México en la entrega de agua a EUA desde el Río Bravo, pero Nuevo León no está directamente incluido en estas obligaciones. Esto se debe a que el tratado especifica que las entregas deben provenir de seis tributarios mexicanos específicos: el Río Conchos, San Diego, San Rodrigo, Escondido, Salado y Las Vacas (Arroyo Las Vacas). 

Estos tributarios se localizan en los estados de Chihuahua y Coahuila, y, como ayer lo explicaba en esta columna, contribuyen al volumen mínimo anual promedio de 432 millones de metros cúbicos de agua que México debe entregar en ciclos de cinco años. 

Que se escuche —o en este caso, que se lea— fuerte y claro: el Río San Juan, principal afluente en Nuevo León y donde se ubica la Presa El Cuchillo, no forma parte de estos seis tributarios obligatorios. 

Según el tratado, las aguas de otros afluentes mexicanos, como el Río San Juan y el Río Álamo, pertenecen íntegramente a México y no están sujetas a la regla de reparto. 

Quién diga otra cosa miente de cabo a rabo. 

Aunque México puede optar por utilizar agua del Río San Juan para contribuir voluntariamente al cumplimiento del tratado en situaciones de necesidad —como en el caso de sequías—, no existe una obligación legal para hacerlo, y las presas en Nuevo León no se clasifican como internacionales. Menos cuando necesitamos esa agua para saciar la sed de los nuevoleoneses. Así de simple. 

El agua que almacenamos en presas locales, como El Cuchillo, la destinamos prioritariamente al consumo de nuestras familias en Nuevo León y no puede ser trasvasada directamente a EUA bajo el marco del tratado. ¿Cuántas veces tendremos que recalcarlo? 

Por solidaridad, no por obligación, Nuevo León ha participado en entregas de agua a otros estados mexicanos —por ejemplo, con trasvases a la Presa Marte R. Gómez en Tamaulipas, cuando se exceden ciertos niveles de almacenamiento—, pero esto es parte de convenios internos y no del Tratado de 1944. Lo hicimos porque así nos nació de corazón y no porque lo tengamos que hacerlo.

Dicho de otro modo, se trata de acuerdos voluntarios para apoyar el cumplimiento general del tratado, no de una inclusión obligatoria de nosotros, los nuevoleoneses.  

Si no se entiende esta distinción, es por mala fe o por necedad. 

Los nuevoleoneses le pedimos al secretario de Agricultura que, desde su posición, impulse un diálogo nacional que respete estas bases legales mientras se buscan soluciones para la crisis del agua. 

Por lo pronto, a los norteños no nos metan en camisa de once varas. Mucho hicieron nuestros ancestros levantando una población próspera y pujante en medio de un semidesierto, como para que ahora nos jodan con sacrificarnos por tratados que no firmamos ni de los que pretendimos formar parte.

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